La Revolución sí tiene ideología. Democracia Participativa

Esta democracia es una mierda. La razón principal para que lo sea es su incapacidad, o en realidad, su falta de voluntad, para que las personas con pocos o medianos recursos (que son la mayoría) podamos participar en la toma de decisiones que nos afectan directamente. 

Todas las democracias que llamamos occidentales son una mierda en mayor o en menor medida y, en una sociedad global en la que el mundo occidental impone sus criterios, esto es un problema gigantesco, para el que se impone una solución radical.

En el caso de España, el déficit democrático tiene algunas características propias: el régimen fue cimentado sobre una reforma, también llamada “transición democrática” en la que no se produjo una ruptura suficiente con lo anterior: la última dictadura militar fascista de Europa (en la que para ser “gente de bien” había que declararse “apolítico”, un absurdo que luego se reforzó con algunas interpretaciones de la postmodernidad, con el fin de las ideologías, con la renuncia al marxismo de algunos partidos que se declaran de izquierdas, etc.). Se aceptó, además, que el jefe de Estado fuese la persona nombrada para tal fin por el dictador y se articuló un sistema de separación de poderes con una cámara de representantes sin sentido (el Senado) y con una fórmula para repartir la soberanía popular que aboca al bipartidismo (la Ley D'Hont).

Como ya he escrito otras veces, el resultado es un régimen que se llama democrático pero que limita la participación de los ciudadanos a la elección entre dos opciones una vez cada cuatro años.

Según el materialismo histórico, siempre hay una crisis que marca el final de un sistema y el comienzo de otro. En el “micro-caso” español, la única crisis fue una tromboflebitis que llevó a la tumba a un indeseable.

En el “macro-caso” global, las discusiones sobre el final del capitalismo (y por lo tanto el comienzo de otra etapa histórica) se suceden desde principios del siglo pasado. Es curioso que cuando el PSD alemán comenzaba a sucumbir a la burguesía, el revisionista Eduard Bernstein dijo que la capacidad de adaptación del capitalismo se manifiesta en la desaparición de las crisis generales. Luego vino la crisis del 29. Me recuerda la obra del neocon Fukuyama y su tesis del final de la historia (con el desmoronamiento de la URSS) en la que volvía a decir lo mismo, que el capitalismo había logrado acabar con los ciclos económicos y, con ello, con la Historia. Luego vino la crisis del 2008.

Bernstein es uno de los responsables de la evolución de los partidos socialdemócratas durante el siglo XX: su apuesta por la reforma y su renuncia a la revolución. La socialdemocracia asumió que el capitalismo era capaz de dotar a la sociedad de un bienestar que imposibilitaría cualquier intento de revolución o, incluso, de lucha de clases. Aceptó como válido el camino de la democracia burguesa hacia el bienestar y la justicia social.

Hoy nos parece evidente que nada de eso ha funcionado. El estado de bienestar ha derivado en un estado de decepción generalizada. No solo no ha habido una reforma del capitalismo hacia otra etapa de mayor justicia social, sino que el propio capitalismo se ha fortalecido con instrumentos que hacen que sea la banca quien se favorezca (con la burla de los rescates) de los bienes públicos cuando dice atravesar dificultades. En todo caso, ha habido una evolución desde un capitalismo de orden hacia un anarco-capitalismo.

En los anteriores post he tratado de aclararme un poco las ideas sobre cómo sería el funcionamiento de un sistema horizontal participativo frente a esta democracia vertical que limita al máximo la participación. El socialismo frente a la barbarie, o el caos frente al orden.

En el Mayo del 68 francés, la revolución tuvo un sólido sustento teórico en las tesis del grupo de intelectuales del Partido Comunista conocido como “Socialismo o Barbarie”, en el que militaban la mayor parte de los filósofos y sociólogos que más tarde desarrollarían los conceptos de la postmodernidad y de la hipermodernidad: Lyotard, Castoriadis y, más tarde, Lypovestky. Se trataba de una nueva revisión del marxismo “no dogmática” que acabó en desideologización y, con la caída del Muro de Berlín, en el anuncio del “fin de las ideologías”.

Desde ese punto de vista teórico, hoy nos parece evidente que tampoco ellos llevaban razón.

En cambio, en 1996, Heinz Dieterich Steffan introduce el concepto “Socialismo del siglo XXI” que según la propia definición del autor, es sinónimo de Democracia Participativa. En el fondo, lo que propone es medir el valor de las cosas en términos de trabajo y no en términos de mercado. Un bien, un producto o un servicio son tasados en función de las personas necesarias para producirlo y el tiempo invertido. Se eliminan tanto la especulación como el imperio de la demanda sobre la oferta (bases del sistema de mercado): el capital y la cultura de lo supérfluo.

La propuesta ha derivado en otras, como la autogestión, las Comunidades Creativas, la sostenibilidad, etc.

En las formas, el modelo se basa en la combinación de las cámaras de representación (que serían tres en lugar de dos: una para los partidos o soberanía política, y dos para la soberanía social: el Senado y una cámara socio-económica) con sistemas de democracia directa, de participación inmediata de los ciudadanos en la toma de decisiones, tanto si forman parte de una mayoría como si no Y aquí tendrían un papel principal las facilidades que otorgan las nuevas tecnologías y la siempre eficaz movilización social.

Existe, por lo tanto, una formulación teórica consistente para la transformación de las actuales democracias en otras que ofrezcan un mayor protagonismo a los ciudadanos. Una formulación teórica que debe ser conocida y discutida, que debe ser defendida. Y no es, para nada, una postura “apolítica”, no es una postura que pueda contentar a todos: “unos más progresistas y otros más conservadores; unos creyentes y otros no; unos con ideologías bien definidas y otros apolíticos”. La frase entrecomillada forma parte del Manifiesto 15 de mayo de "Democracia Real Ya".

De acuerdo con lo escrito en los posts anteriores (La seducción del caos I, II, III y IV) lo que está sucediendo estos días en las ciudades de España me parece un gran acontecimiento, emocionante; el resultado lógico de una situación crítica, de un modelo de comunicación horizontal (caótico) y de unas posibilidades técnicas (la web 2.0). Los individuos que conforman la masa reunida en la Puerta del Sol de Madrid, en Barcelona o en cualquiera de las otras ciudades, han podido comprobar el poder que tienen. Han enseñado músculo. Pero lo verdaderamente importante es lo que pueden hacer con ese potencial. Históricamente hemos podido ver qué es lo que puede hacer la masa cuando muestra su fuerza.  Lo mejor, pero también lo peor. La diferencia está en el camino que toma: en la ideología. Hemos visto, por ejemplo a las juventudes alemanas bajo los estandartes en el German Stadium, o a la masa “apolítica” española en la Plaza de Oriente.

Para avanzar es necesario saber dónde es delante y donde detrás. El caos es evolución y el orden es involución: no es suficiente con estar “cabreado”, porque el riesgo es que algunos dejarán de estarlo cuando un banco vuelva a concederle una hipoteca basura, o cuando una ETT vuelva a ofrecerle un puesto de trabajo (también basura).

La “spanish-revolution” no lo será hasta que se consolide en los momentos en los que realmente sean otros los que vayan a tomar una decisión que nos afecte y no nos dejen participar. No lo será hasta que se consolide en ese periodo de cuatro años en el que no se cuenta para nada con nuestras opiniones. Ahora es cuando tenemos la posibilidad de elevar nuestra voz en las urnas contra el bipartidismo, (o al bipartidismo imperfecto “de tres” donde existen partidos nacionalistas) votando a otra opción. En caso contrario, les estaremos habilitando para que sigan ejerciendo su poder sobre nosotros. La “Democracia real” es (mientras no se defina) un concepto vacío, pero la “Democracia Participativa” está llena de significado. Y hay que reclamarla en cada momento.

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