La seducción del caos (I)

Todo empezó con una discusión con mi hijo, de catorce años, sobre la masa como poder, o la masa como víctima del poder. Sobre la masa opresora o la masa oprimida. Sus argumentos, como de costumbre, eran buenos: “conseguiremos mejor nuestros objetivos si estamos unidos, evitaremos abusos e injusticias y, si hay amenazas, seremos más fuertes si somos más que ellos. Y, efectivamente, somos más que ellos”.

¿Es eso la masa? ¿O no han de ser individuos conscientes que, desde una reflexión individual y con capacidad creativa individual, actúan de una forma conjunta y coordinada para lograr un fin?

Él, en realidad, sí se estaba refiriendo a la masa, y lo hacía de una forma coherente, seducido como está por un comunismo bastante ortodoxo en el que la planificación no deja demasiado margen para la creatividad.

En el ensayo de Antonio Escohotado “Caos y orden” leo que “lo opuesto a una masa humana es cualquier red de personas singulares, tejida sobre la substancia de sus diferencias, y abierta creativamente a flujos aleatorios”.

Citaré una vez más el artículo que Rosa Luxemburgo escribió la noche anterior a su muerte: “El orden reina en Berlín” en el que recordaba las periódicas explosiones populares contra el orden, huelgas o insurrecciones. Una de las cuestiones más inteligentes que revela este texto es la inversión de la voluntad lógica de la victoria. El destino particular de cada uno de estos episodios es la derrota y, aún así, no debemos renunciar a manifestarnos una vez más, insometernos una vez más.

La red como lo opuesto a la masa y esa no renuncia a la insurrección que me llevará, más adelante, a hablar de Wikileaks, es lo que me animó a hacer esta reflexión.

Desde finales del siglo XIX, ciencia y pensamiento han ido desmontando, uno a uno, todas las reglas y principios que creíamos inmutables. La muerte de Dios constatada por Friedrich Nietztche fue un comienzo simbólico del ocaso del orden tal y como lo habíamos entendido hasta entonces. Hoy podríamos preguntar a los físicos hasta que punto es correcta la dirección del tiempo que hemos considerado como válida: del pasado hacia el futuro. Según la cosmogonía tradicional de griegos y judeo-cristianos, el principio fue el caos. Sin embargo, el conocimiento actual nos demuestra de una forma cada vez más incuestionable que el caos es hacia donde avanzamos.

Hay palabras que viven presas de prejuicios. Pasó en su día con la palabra “libertad” y todavía sucede con “caos”. Desde disciplinas tan diferentes como la física cuántica, el estudio de los atractores fractales o la meteorología, se nos dice que el caos es la vía más fiable para acercarnos a la verdad.

Me gusta el clásico ejemplo que se utiliza para ilustrar la descripción de la “entropía”: Si arrojamos al aire un vaso de cristal es muy probable que acabe en el suelo hecho pedazos, pero si arrojamos al aire los pedazos de cristal es muy poco probable (por no decir imposible) que lo que queda en el suelo sea un vaso.

Lo probable es lo máximo con lo que nos podemos conformar, mientras que lo cierto es imposible. El principio de indeterminación, o de incertidumbre, de Heisemberg, mostró cómo la física tradicional era incapaz de predecir el lugar exacto en el que se encuentra un electrón en su órbita en torno al núcleo. Erwin Schrödinger, en su famosa paradoja, fantaseó con la posibilidad real de que esa misma partícula (a la que convirtió en gato) pudiera encontrarse en dos lugares diferentes en un momento determinado. En su aportación a la biología, fue este físico el que dijo que la entropía lleva a conservar o aumentar la complejidad (el vaso, o no se rompe, o se hace añicos).

Resulta, pues, que no solo Dios ha muerto, sino que Newton, y toda la mecánica que se construyó sobre sus principios, también. La linealidad es un concepto ideal, pero la realidad es mucho más compleja.

Por ahora nos conformamos con saber que la mecánica newtoniana es más o menos aplicable al estudio de sistemas no microscópicos y en el momento actual. Es como la geometría euclidiana, que describe figuras ideales en un espacio tridimensional: cuadrados, círculos, esferas. Pero la realidad está hecha de perturbaciones en el agua o en el aire, de vasos que se rompen.

Hemos estado más de treinta siglos intentando explicar un mundo simplificado e ideal, lineal. Pero, en realidad, es un mundo complejo, líquido y azaroso. Nos hemos empeñado en el orden, cuando la realidad es caos.

A la hora de “medir” el mundo, no podemos evitar errores, “redondeos”. Es, por ejemplo, imposible calcular con exactitud lo que mide un círculo (una de las figuras más simples de la geometría euclidiana), puesto que en la fórmula para hacerlo dependemos de un número irracional (π) con el que, por mucho que afinemos, necesariamente tendremos que recurrir al redondeo.

Si las leyes que creíamos verdaderas e inmutables fallan para lo más simple, ¿qué sucederá con los sistemas más complejos, como los que estudian las ciencias humanas?

De la misma manera que la masa es lo opuesto a cualquier red de personas singulares, el caos tiene forma de red, y es lo contrario al carácter vectorial o lineal de la mecánica newtoniana.

Desde hace más de un siglo, los verdaderos motores del capitalismo (los capitalistas) lo han entendido así y por eso han creado un sistema caótico que se ha llegado a llamar anarco-capitalismo. Es así como funcionan los mercados financieros, que fundamentan su evolución en la ponderación de incertidumbres, en este caso “riesgos” y mercados de futuros. Pero lo han hecho asegurándose que bajo ellos se mantenía un colchón de orden creado por ellos mismos, pero haciendo creer a los individuos que eran dueños de su destino al hacerles pensar que podrían elegir entre dos opciones cada cuatro años. Todo bastante lineal.

El mundo de los mercados de especulación financiera es como las plazas en las que se celebran las fiestas catalanas de los castellets. Los protagonistas construyen torres caóticas en las que las columnas están construidas de un material bastante impredecible (personas) y asumen unos riesgos que se minimizan por el hecho de que, en caso de colapso, abajo habrá una masa sometida al orden de estar con los pies en el suelo y dispuesta a suavizar los efectos de la caída.

En líneas generales, y probabilísticas, los dueños del capital acaban ganando, porque el sistema por el que han optado es caótico y, por lo tanto, eficaz.

Sin embargo, se han aferrado a la imposición del orden al resto de la humanidad (la inmensa mayoría), para así poder disfrutar de sus ganancias. En la organización en red, caótica, como se está demostrando, el dinero perdería una buena parte de su utilidad. Las personas preferirían compartir a comprar.

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