Es necesario un nuevo código para la comunicación humana
La comunicación humana tiene una evolución pendiente, que es la del código. Los idiomas, además de códigos de comunicación, son también signos de identidad. Y la identidad no es solamente lo que nos define, como individuos o como grupos, sino que es también lo que nos diferencia.
En la hermosa historia de la Torre de Babel de la Biblia, este carácter de diferencia es presentado como una pena, como un castigo, como una limitación. Dios condenó a los obreros del rascacielos a no entenderse, porque, si llegaban a hacerlo, constituirían una amenaza para él. Es una metáfora excelente y de interpretación inequívoca. El entendimiento humano nos acerca a la perfección, y los que se sientan amenazados por esa perfección estarán interesados en que la confusión permanezca.
La técnica sí ha provocado, en cambio, una evolución de los canales. Desde el tam-tam de los indios, las señales de humo o la telegrafía, hasta la imprenta, el teléfono, la radio y la televisión. El uso de los códigos se fue adaptando a estos medios: con códigos nuevos para el tam tam, las señales de humo o el Morse; con diferentes usos del idioma para el lenguaje oral o escrito; y con otro tipo de matices para la intimidad del diálogo o para la comunicación social.
Hoy, la tecnología ha eliminado las limitaciones del espacio físico para todos los tipos de comunicación y, además, ha derribado las barreras entre la intimidad del diálogo y la difusión de la comunicación social. Las redes han socializado también la intimidad. Y eso, siempre que sea voluntario y se mantenga una capacidad individual de control, no es nada malo. En todo caso, es malo para el que tiene voluntad de sometimiento.
En la Torre de Babel podríamos imaginar que un operario que trabaja en la planta 30 pudiera comunicarse con otro de la planta dos. Y que pudiera también hacerlo, dependiendo únicamente de las voluntades individuales, con todos y cada uno de los obreros del resto de la obra. Y, además, que todos compartieran esa posibilidad. En un principio, probablemente lograrían mejores sueldos y condiciones de trabajo y, con el tiempo, acabarían por expropiar el edificio: “la torre para quien la trabaja”. No sólo llegarían al cielo, sino que lo conquistarían.
En la entrada anterior reflexionaba sobre cómo una autoridad críptica u oscurantista es frecuentemente una herramienta del poder o del sometimiento. La oscura complejidad de los dogmas frente a la límpida simplificación de los principios. En el mito de Babel, el poder (Dios) complica la comunicación para evitar que los sometidos (los hombres) alcancen un objetivo común. Otro excelente representante del poder, Julio César, resumió esta práctica en su célebre frase “divide y vencerás”.
Para los filósofos del Círculo de Viena, la autoridad críptica u oscurantista estaba representada en la metafísica y el esoterismo. La búsqueda de una epistemología de la ciencia, unificada y universal, fue una de las razones de ser de esta corriente. En su momento, yo creo que de una forma errónea, en su concepción científica del mundo no consideraron urgente aplicar los planteamientos a la economía política y, en general, a las ciencias sociales. Ésto es lo que podemos leer en su Manifiesto: “Como hemos manifestado particularmente con la física y las matemáticas, cada rama de la ciencia conduce, en un estadio temprano o tardío de su desarrollo, hacia la necesidad de una revisión epistemológica de sus fundamentos: un análisis lógico de sus conceptos. Así también ocurre en las áreas de las ciencias sociales, en particular la historia y la economía política. Ya desde hace cien años se lleva a cabo en estas áreas un proceso de eliminación de los excedentes metafísicos. Aunque aún no se ha logrado el mismo nivel de purificación que en la física, tal vez aquí la tarea de limpieza sea menos urgente”.
Leer los textos del Círculo de Viena de los años 30 del siglo pasado nos da una medida de hasta qué punto se ha retrocedido, sobre todo a tenor del surgimiento de teorías pseudo-científicas como la del “diseño inteligente”, que no es más que una nueva adaptación de los dogmas a la inapelable evolución de la ciencia.
En su momento, el liberalismo tuvo en el Círculo de Viena un referente. De hecho, había diferentes tendencias políticas entre los filósofos de este grupo. He citado la teoría del “diseño inteligente” precisamente porque fue una de las banderas de los Neocon estadounidenses, que durante la etapa de Bush se fundieron o confundieron con los neoliberales, o ultraliberales: esos que decían que la Historia había terminado y que no habría más crisis económicas. En España, la relación entre el esoterismo religioso y el liberalismo económico está presente en todo el fascismo y su herencia, desde el Gobierno de los “tecnócratas”, cercanos al Opus Dei, en el tardo-franquismo, hasta los actuales liberales que se prodigan en determinados medios.
Si hacemos caso de pensadores como Lipovestky, esta sería una de las paradojas (“cohabitación de los contrarios”) que definen a la sociedad post-moderna, frente a la modernidad que bien podía representar el Círculo de Viena.
En este grupo heterogéneo de pensamiento científico y filosófico de la primera mitad del siglo XX quiero destacar la figura de Otto Neurath, quien, junto a su compañera Anna Schapire desarrolló el proyecto Isotype. El término es un acrónimo de International System Of Typographic Picture Education y también fue conocido como el Método de Viena, donde Neurath fue director del Museo Social y Económico.
Isotype está en el origen de toda la señalética que hoy nos acompaña en los aeropuertos y, en general, en todas las instalaciones en las que se concentran personas de diferentes procedencias y que hablan diferentes lenguas. Neurath llegó a simples conclusiones: si somos capaces de identificar la silueta de una fábrica con una fábrica, y la silueta de un zapato con un zapato, si vemos una silueta de una fábrica con un zapato dentro, sabremos que se quiere decir “fábrica de zapatos”.
Neurath creía que la Edad Media solamente terminaría cuando todas las personas pudieran participar de una misma cultura, sin diferencias de tipo educacional. Eso era para él la modernidad. Desde luego, la tecnología de la información y de las comunicaciones nos ha acercado muchísimo a ese objetivo. El problema, tal vez, es que ya no quedan muchos intelectuales con la misma preocupación que el filósofo y economista austríaco.
Es muy ilustrativo el trabajo de consultoría que realizó el Instituto Isotype para la Región Occidental de Nigeria en los años 50 del siglo pasado. Se trataba de mostrar a una población mayoritariamente analfabeta cómo registrarse para participar en unas elecciones, así como dónde y cómo votar.
Creo que afrontar los retos de la comunicación social partiendo de la revisión de los códigos es una de las mayores asignaturas pendientes de nuestra sociedad. Como sucede con el resto de la evolución del conocimiento humano, la industria (como representante de unos intereses económicos y de poder minoritarios) ha tomado la delantera a la Universidad y a la política. Si se ha hecho algún tipo de revisión de los códigos ha sido por iniciativas privadas (con intereses particulares). De hecho, considero que la mayor revolución en este campo fue el desarrollo del sistema operativo de Apple (OS), que evolucionó en el entorno de los sistemas de iphone, ipod e ipad (iOS).
Steve Jobs también quiso que todas las personas pudieran participar de una misma cultura, sin diferencias de tipo educacional. Pero seguramente que no para que terminara la Edad Media, sino para vender más ordenadores. De esta manera creó un entorno de comunicación altamente intuitivo sobre las mismas bases sobre las que se desarrolló Isotype: representaciones icónicas. El resto de los sistemas operativos imitaron rápidamente este entorno, que hoy es descifrado y usado en cualquier punto del planeta, independientemente de los idiomas o de las culturas.
Desde el punto de vista social, tal vez el mayor signo de evolución hayan sido los emoticonos, que se desarrollaron con la limitación de los caracteres ASCII contenidos en los teclados convencionales. La leyenda dice que el primer ejemplo se encuentra en un discurso de Abraham Lincoln de 1862, y que el año pasado fue objeto de un extenso reportaje en The New York Times.
En cualquier caso, entre los retos del nuevo paradigma de comunicación se encuentra la expresión de las emociones. Es necesario recuperar, o reinventar, esos matices no verbales. En general, no soy amigo del correo electrónico para las relaciones, ya sean personales o profesionales. “¿Por qué me habrá escrito esto así?”, “seguro que no le ha gustado lo que le he dicho”, “¿estará enfadado?”. Son reflexiones que todos hemos hecho al recibir un e-mail. En las redes sociales este problema es menor, por las connotaciones implícitas en el entorno, pero sigue siendo necesario un modo de enfatizar o de matizar los mensajes.
Los enemigos de las redes sociales dirán que no hay nada como el contacto humano. Pero yo creo que sí existe ese contacto. De hecho, las redes sociales nos multiplican hasta el infinito las posibilidades de contacto humano, de contacto entre humanos “uno con uno”. Simplemente necesitamos revistar los códigos para adaptarlos al nuevo entorno.
En la hermosa historia de la Torre de Babel de la Biblia, este carácter de diferencia es presentado como una pena, como un castigo, como una limitación. Dios condenó a los obreros del rascacielos a no entenderse, porque, si llegaban a hacerlo, constituirían una amenaza para él. Es una metáfora excelente y de interpretación inequívoca. El entendimiento humano nos acerca a la perfección, y los que se sientan amenazados por esa perfección estarán interesados en que la confusión permanezca.
La técnica sí ha provocado, en cambio, una evolución de los canales. Desde el tam-tam de los indios, las señales de humo o la telegrafía, hasta la imprenta, el teléfono, la radio y la televisión. El uso de los códigos se fue adaptando a estos medios: con códigos nuevos para el tam tam, las señales de humo o el Morse; con diferentes usos del idioma para el lenguaje oral o escrito; y con otro tipo de matices para la intimidad del diálogo o para la comunicación social.
Hoy, la tecnología ha eliminado las limitaciones del espacio físico para todos los tipos de comunicación y, además, ha derribado las barreras entre la intimidad del diálogo y la difusión de la comunicación social. Las redes han socializado también la intimidad. Y eso, siempre que sea voluntario y se mantenga una capacidad individual de control, no es nada malo. En todo caso, es malo para el que tiene voluntad de sometimiento.
En la Torre de Babel podríamos imaginar que un operario que trabaja en la planta 30 pudiera comunicarse con otro de la planta dos. Y que pudiera también hacerlo, dependiendo únicamente de las voluntades individuales, con todos y cada uno de los obreros del resto de la obra. Y, además, que todos compartieran esa posibilidad. En un principio, probablemente lograrían mejores sueldos y condiciones de trabajo y, con el tiempo, acabarían por expropiar el edificio: “la torre para quien la trabaja”. No sólo llegarían al cielo, sino que lo conquistarían.
En la entrada anterior reflexionaba sobre cómo una autoridad críptica u oscurantista es frecuentemente una herramienta del poder o del sometimiento. La oscura complejidad de los dogmas frente a la límpida simplificación de los principios. En el mito de Babel, el poder (Dios) complica la comunicación para evitar que los sometidos (los hombres) alcancen un objetivo común. Otro excelente representante del poder, Julio César, resumió esta práctica en su célebre frase “divide y vencerás”.
Para los filósofos del Círculo de Viena, la autoridad críptica u oscurantista estaba representada en la metafísica y el esoterismo. La búsqueda de una epistemología de la ciencia, unificada y universal, fue una de las razones de ser de esta corriente. En su momento, yo creo que de una forma errónea, en su concepción científica del mundo no consideraron urgente aplicar los planteamientos a la economía política y, en general, a las ciencias sociales. Ésto es lo que podemos leer en su Manifiesto: “Como hemos manifestado particularmente con la física y las matemáticas, cada rama de la ciencia conduce, en un estadio temprano o tardío de su desarrollo, hacia la necesidad de una revisión epistemológica de sus fundamentos: un análisis lógico de sus conceptos. Así también ocurre en las áreas de las ciencias sociales, en particular la historia y la economía política. Ya desde hace cien años se lleva a cabo en estas áreas un proceso de eliminación de los excedentes metafísicos. Aunque aún no se ha logrado el mismo nivel de purificación que en la física, tal vez aquí la tarea de limpieza sea menos urgente”.
Leer los textos del Círculo de Viena de los años 30 del siglo pasado nos da una medida de hasta qué punto se ha retrocedido, sobre todo a tenor del surgimiento de teorías pseudo-científicas como la del “diseño inteligente”, que no es más que una nueva adaptación de los dogmas a la inapelable evolución de la ciencia.
En su momento, el liberalismo tuvo en el Círculo de Viena un referente. De hecho, había diferentes tendencias políticas entre los filósofos de este grupo. He citado la teoría del “diseño inteligente” precisamente porque fue una de las banderas de los Neocon estadounidenses, que durante la etapa de Bush se fundieron o confundieron con los neoliberales, o ultraliberales: esos que decían que la Historia había terminado y que no habría más crisis económicas. En España, la relación entre el esoterismo religioso y el liberalismo económico está presente en todo el fascismo y su herencia, desde el Gobierno de los “tecnócratas”, cercanos al Opus Dei, en el tardo-franquismo, hasta los actuales liberales que se prodigan en determinados medios.
Si hacemos caso de pensadores como Lipovestky, esta sería una de las paradojas (“cohabitación de los contrarios”) que definen a la sociedad post-moderna, frente a la modernidad que bien podía representar el Círculo de Viena.
En este grupo heterogéneo de pensamiento científico y filosófico de la primera mitad del siglo XX quiero destacar la figura de Otto Neurath, quien, junto a su compañera Anna Schapire desarrolló el proyecto Isotype. El término es un acrónimo de International System Of Typographic Picture Education y también fue conocido como el Método de Viena, donde Neurath fue director del Museo Social y Económico.
Isotype está en el origen de toda la señalética que hoy nos acompaña en los aeropuertos y, en general, en todas las instalaciones en las que se concentran personas de diferentes procedencias y que hablan diferentes lenguas. Neurath llegó a simples conclusiones: si somos capaces de identificar la silueta de una fábrica con una fábrica, y la silueta de un zapato con un zapato, si vemos una silueta de una fábrica con un zapato dentro, sabremos que se quiere decir “fábrica de zapatos”.
Neurath creía que la Edad Media solamente terminaría cuando todas las personas pudieran participar de una misma cultura, sin diferencias de tipo educacional. Eso era para él la modernidad. Desde luego, la tecnología de la información y de las comunicaciones nos ha acercado muchísimo a ese objetivo. El problema, tal vez, es que ya no quedan muchos intelectuales con la misma preocupación que el filósofo y economista austríaco.
Es muy ilustrativo el trabajo de consultoría que realizó el Instituto Isotype para la Región Occidental de Nigeria en los años 50 del siglo pasado. Se trataba de mostrar a una población mayoritariamente analfabeta cómo registrarse para participar en unas elecciones, así como dónde y cómo votar.
Creo que afrontar los retos de la comunicación social partiendo de la revisión de los códigos es una de las mayores asignaturas pendientes de nuestra sociedad. Como sucede con el resto de la evolución del conocimiento humano, la industria (como representante de unos intereses económicos y de poder minoritarios) ha tomado la delantera a la Universidad y a la política. Si se ha hecho algún tipo de revisión de los códigos ha sido por iniciativas privadas (con intereses particulares). De hecho, considero que la mayor revolución en este campo fue el desarrollo del sistema operativo de Apple (OS), que evolucionó en el entorno de los sistemas de iphone, ipod e ipad (iOS).
Steve Jobs también quiso que todas las personas pudieran participar de una misma cultura, sin diferencias de tipo educacional. Pero seguramente que no para que terminara la Edad Media, sino para vender más ordenadores. De esta manera creó un entorno de comunicación altamente intuitivo sobre las mismas bases sobre las que se desarrolló Isotype: representaciones icónicas. El resto de los sistemas operativos imitaron rápidamente este entorno, que hoy es descifrado y usado en cualquier punto del planeta, independientemente de los idiomas o de las culturas.
Desde el punto de vista social, tal vez el mayor signo de evolución hayan sido los emoticonos, que se desarrollaron con la limitación de los caracteres ASCII contenidos en los teclados convencionales. La leyenda dice que el primer ejemplo se encuentra en un discurso de Abraham Lincoln de 1862, y que el año pasado fue objeto de un extenso reportaje en The New York Times.
En cualquier caso, entre los retos del nuevo paradigma de comunicación se encuentra la expresión de las emociones. Es necesario recuperar, o reinventar, esos matices no verbales. En general, no soy amigo del correo electrónico para las relaciones, ya sean personales o profesionales. “¿Por qué me habrá escrito esto así?”, “seguro que no le ha gustado lo que le he dicho”, “¿estará enfadado?”. Son reflexiones que todos hemos hecho al recibir un e-mail. En las redes sociales este problema es menor, por las connotaciones implícitas en el entorno, pero sigue siendo necesario un modo de enfatizar o de matizar los mensajes.
Los enemigos de las redes sociales dirán que no hay nada como el contacto humano. Pero yo creo que sí existe ese contacto. De hecho, las redes sociales nos multiplican hasta el infinito las posibilidades de contacto humano, de contacto entre humanos “uno con uno”. Simplemente necesitamos revistar los códigos para adaptarlos al nuevo entorno.
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