La seducción del caos (III)

Una razón principal de la autoridad de Lenin en el marxismo fue la victoria de la Revolución de Octubre. Lamentablemente, otras corrientes del pensamiento marxista, como el espartaquismo alemán, no corrieron la misma suerte. A principios del siglo pasado, la discusión en el seno de la  Internacional era apasionante y constructiva, pero derivó, sobre todo a la muerte de Lenin, hacia un tipo de “pensamiento único” impuesto desde Moscú.

Marx y Engels sostenían que "la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma". Este pensamiento fue un fundamento de crítica de Luxemburgo hacia una revolución llevada a cabo por militares. Además, habría que añadir que su resultado fue la creación de una nueva oligarquía que impedía el protagonismo de la clase obrera en su propia emancipación. Se creó una nueva cúpula en un esquema vertical de organización en lugar de buscar un medio de “horizontalizar” esa organización. (Se puede consultar documentación aquí)

En aquel momento, esa “horizontalización” era inviable desde el punto de vista metodológico y, sobre todo, técnico y, durante décadas, hubimos de conformarnos con la explicación de que la democracia (burguesa) era el menos malo de los sistemas. Si no todos podemos participar en la decisión, al menos podemos elegir a las personas que deciden. Pero, como he dicho anterioormente, la consecuencia más frecuente es la corrupción de los elegidos por parte del verdadero poder, que se concentra hoy en la caótica nebulosa de los mercados financieros.

En este momento sería conveniente recuperar el pensamiento de Rosa Luxemburgo centrado en los medios, más que en el fin. Para Luxemburgo, en cada huelga, en cada protesta, lo más importante no era vencer, sino avanzar. Lo dejó claro durante las pocas horas que vivió tras el intento de revolución de enero de 1919 en Berlín, cuando hizo una apología de la derrota en su último artículo.

En los últimos años, y después del debate finisecular postmoderno sobre el fin de las ideologías, uno de los pocos intentos solventes de actualización del marxismo fue “El socialismo del Siglo XXI”, de Heitz Dieterich Steffan. Para este sociólogo alemán afincado en México, Socialismo del Siglo XXI es sinónimo de “democracia participativa”. Se puede bajar el libro completo.

Sin pararme a analizar algunas visiones anacrónicas contenidas en el libro, creo que el de la “democracia participativa” es un buen debate para el presente. Es evidente que el lenguaje de Marx, Engels o Lenin, utilizado en el momento actual, es anacrónico. Fundamentalmente habría que revisar el concepto de proletariado o clase obrera frente a capitalismo o burguesía. Hoy, la verdadera confrontación es entre las personas y el mercado financiero. Y, en este momento, las víctimas de la crisis iniciada por el mercado financiero son tanto los trabajadores que se quedan sin medio de vida como los autónomos o los pequeños (y no tan pequeños) empresarios que se quedan sin medios para seguir produciendo bienes y servicios necesarios por culpa de los que se dedican a acumular capitales a base de apostar sobre lo superfluo.

Lo verdaderamente importante es que la postura de cada persona, independientemente de su clase y posición, tenga el mismo peso en el momento de tomar decisiones. Y que las minorías tengan capacidad para decidir sobre cuestiones que les afectan. Algo imposible en las actuales democracias.

La visión de Heitz Dieterich establece algunos paralelismos entre las ciencias humanas y la física, la biología o las matemáticas. En el funcionamiento de los grupos humanos identifica dos partes: una previsible y, por lo tanto, planificable, y otra imprevisible y, por lo tanto, caótica. Así, establece dos zonas: una Zona de Dirección, para lo previsible, y una Zona de Creatividad o de Permisividad para lo imprevisible.

En física encontramos claramente este paralelismo: la física newtoniana, de resultados concretos, se sigue utilizando para determinados sistemas, mientras que para otros, como la física cuántica o la relatividad, son necesarios otros cálculos, de resultados probabilísticos.

No creo que las sociedades puedan compararse a la física tradicional porque, como ya dije, la simplificación en fórmulas (como la Ley D'Hont) tiene resultados injustos. Otra cosa es que hayamos tenido que hacerlo así por falta de medios tecnológicos.

Las sociedades son caóticas e imprevisibles, como se ha demostrado estos días en la región mediterránea islámica, como se demuestra cada día con las tendencias de opinión que surgen en las redes sociales, o como muestran iniciativas como la de Anonymous.

La clave del nuevo modelo está en la creatividad y en la permisividad, en una estructura social que tiene forma de red y que es, por lo tanto, caótica. La creatividad es una cualidad de la realidad no lineal y, por lo tanto, abierta, y la permisividad es causa de aleatoriedad. Entran en la descripción de caos.

En el tiempo de Rosa Luxemburgo, el avance creativo era únicamente posible desde la masa. El ruido y los desórdenes provocados durante las protestas expresaban la voluntad de cambiar, de avanzar hacia un sistema más justo. La revuelta era, como todavía lo es hoy en muchas ocasiones, la única forma de comunicación eficaz. La visión del marxismo de Rosa Luxemburgo es también calificada como espontaneísmo. La espontaneidad de la revolución no es más que una expresión de esa Zona de Permisividad o de Creatividad, una expresión del caos. Entonces era imposible afrontarlo desde un punto de vista individual, porque no había forma de que la creatividad de un individuo pudiera darse a conocer si no era a través de los medios al servicio del poder. Hoy, este planteamiento es el que lleva a algunos movimientos libertarios a convocar Black Blocks, en los que una masa de individuos vestidos de negro y con los rostros cubiertos asumen juntos una reivindicación en la calle. No es necesariamente “su” reivindicación, o al menos no la de todos ellos, pero participan por solidaridad o porque “hoy por ti y mañana por mi”.

0 Responses to “La seducción del caos (III)”: