#gratisnotrabajo. El futuro sin futuro del “maltrabajo” “malpagado”
“Arbeit machjt frei”, “el trabajo os hará libres”. Era así como recibía el campo de extermino nazi de Auschwitz a los condenados a una vida breve de esclavitud y sin futuro. Para Marx, en El Capital, trabajador significa “fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma”. Trabajo y trabajador son la misma cosa. De ahí que quien compra trabajo está también comprando a quien lo ejerce. Es el fundamento de la lucha de clases que lleva al empleador a explotar (sacar el máximo partido posible) al trabajador que es explotado, esclavo por cuanto, al no ser dueño de su trabajo por haberlo vendido, tampoco lo puede ser de sí mismo. ¿Quién ha dicho que el marxismo está anticuado?
Hace unos días me indignó conocer que alguien había ofrecido a una trabajadora un pago de 0,75 euros por cada texto que escribiera para promocionar un producto. Es decir, por hacer periodismo al uso. Por lo que pude saber, se trataba de una empresa de distribución de regalos de boda que quería hacerse con una legión de periodistas para que, según reza el contrato, “hablen de nosotros y nuestros artículos, promociones, productos, etc... siempre favorablemente y de manera positiva en foros, directorios de artículos, directorios web, redes sociales, etc.”. Es curioso cómo el contrato habla de las características de los textos y de la retribución: “será de 0.75 euros/artículo, debiendo contener un mínimo de 800 caracteres y estarán sujetos a unos términos de calidad basados en la ortografía, semántica y expresión”. Evidentemente, el uso incorrecto del gerundio “debiendo” y la falta de concordancia entre las frases deberán ser muestra de lo que no se debe hacer. Efectivamente, estas personas necesitan de alguien que les haga la redacción.
El cabreo ciego que me provocó el precio con el que el empleador intentaba en este caso esclavizar a la trabajadora me impidió entonces reparar en las propias características del trabajo. Lo que ofrecen es un empleo de prostitución: hablar bien de algo para sacar un rendimiento económico. Es decir, por hacer periodismo al uso. Desde el punto de vista de una profesión seria y bien regulada, esta oferta sería ilegal y, probablemente, perseguible de oficio. Sería, por ejemplo, como proponer a un arquitecto que certifique obras sin comprobar que merecen ser certificadas. O como presionar a un médico para condicionar sus prescripciones (glups... esto también se hace!!!).
Eso de pagar a un periodista para que “hable de nosotros (…) siempre favorablemente” es... ¿cómo calificarlo?
Recuerdo que hace ya muchos años, cuando las dictaduras militares aplastaban Sudamérica, algunos periodistas españoles se prestaron a realizar trabajos infames de propaganda y repartían pequeñas cantidades de dinero cada vez que un colega citaba alguna de las consignas ideadas para desviar la atención de la opinión pública de los crímenes que se estaban cometiendo: el Mundial de Fútbol de Argentina, el nombre de algún futbolista... Daban, por ejemplo, cinco duros cada vez que un redactor escribía la palabra mágica. Y hubo –me consta– quien los cobró.
Pero la prostitución de la profesión periodística no siempre es tan cruda y evidente. Hay ejemplos más sibilinos, como el trabajo sincronizado del grupo Prisa para promocionar la producción de su industria cultural: libros, discos, etc. Esa industria cultural de camarillas que ahora tiembla ante la posibilidad de que sea el consumidor el que pueda elegir sin la presión de las “palabras a cinco duros” de periódicos, productoras y demás intermediarios.
El trabajo de difundir ideas o de promocionar productos es un empleo digno y, en algunos casos, provechoso. Sobre todo si puedes decidir qué ideas difundes y qué productos promocionas. Es decir, si eres el dueño del trabajo. Esta ha sido una salida para muchos profesionales del periodismo, que trabajan como consultores de comunicación, como directores de comunicación, como redactores de publicidad... Como supongo que pasa en todas las profesiones, habrá de todo, pero digamos que es un desempeño que se puede hacer dignamente y sin necesidad de taparse las narices. Eso sí, con estos prejuicios nunca te harás rico. Pero lo fundamental es que el producto del trabajo no se base en el engaño. Para aquellos que todavía creen (creemos) en la conciencia (y también en la consciencia) se abren campos tan interesantes como la difusión de iniciativas de justicia social o la creación de cooperativas de información y comunicación. Y para los que no, pueden vender cocacola (pero reconociendo que venden cocacola).
Y aprovecho para hacer una aclaración. Cuando en pleno cabreo el otro día empecé a tuitear el #gratisnotrabajo, los responsables de una revista de filosofía para la que hago algunas colaboraciones se dieron por aludidos (y eso que pagan unas 200 veces más que lo ofrecido en el anuncio). Hay también en la afición de escribir una necesidad vital que hace que a veces nos sentemos ante el ordenador para pasar un buen rato (como ahora mismo). ¡Pero no para hablar de regalos de boda por 0,75 euros, joder!
En el periodismo de medios de comunicación, ese al que todos los que lo abrazamos, sobre todo hace unos años, lo hicimos por idealismo, ha pasado todo lo contrario. La necesidad de engañar para asumir la “línea editorial” del empresario (o grupo) de turno, ha sido integrada en la normalidad. Supongo que hoy, la pronunciación de la expresión “cláusula de conciencia” en un periódico estará castigada con el despido fulminante. Además, y también me ha pasado, cuando trabajas para un medio puedes caer en una especie de síndrome de Estocolmo que te hace creer que justo ahí (¡que suerte la tuya!) estás libre de los afanes manipuladores.
Ese periodismo es hoy una profesión sin futuro. Y los periodistas que insistan en tolerarlo (es cierto que muchas veces por necesidad) estarán condenados a un futuro sin futuro. En realidad, como todos los futuros posibles. El error, como en casi todo, fue nuestro. Los que en los años 80 del siglo pasado apostamos por la frivolidad (y entonces unos salarios dignos) en lugar de pelear por unos colegios profesionales que cumplieran con su labor reguladora. Pero, desde el arrepentimiento, avisados quedáis...
Mientras, si algún día lees “en foros, directorios de artículos, directorios web, redes sociales, etc.” que una batidora es un regalo de boda fantástico, desconfía. Ese cabrón se ha llevado 0,75 euros.
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