¿Por qué no hay talento para la justicia social y la verdadera democracia?. Reflexiones tras los Nobel de Economía 2011

¿Por qué en política y economía se gestiona lo simple como si fuera complejo y lo complejo como si fuera simple? O, lo que es lo mismo ¿por qué se aplican a sistemas naturales teorías propias de sistemas artificiales y a los sistemas artificiales teorías propias de sistemas naturales? Utilizo el impersonal (se) de forma perversa. Evidentemente, no se hace así, sino que alguien lo hace así.

El premio Nobel de Economía se ha concedido este año a dos econometristas: Christopher Sims y Thomas Sargent. La econometría aborda el estudio de la economía como un sistema complejo y caótico y, para ello, desarrolla modelos en los que se analizan los efectos de las decisiones teniendo en cuenta las variaciones que se puedan producir en cada momento y la trascendencia probable de esas variaciones. La teoría del caos dice que pequeñas variaciones, sobre todo si se producen en los momento iniciales del proceso, pueden provocar grandes efectos en el resultado. Se aborda el estudio de la economía de la misma manera en que se estudia la meteorología. La estadística, la teoría de juegos, el análisis de los atractores y la posibilidad que dan actualmente las máquinas para desarrollar modelos a partir de millones de cálculos, hacen que se pueda producir el milagro de que, en la mayoría de los casos, se acierte. El hombre del tiempo es cada vez más eficaz. Pero no siempre, como demuestra la actual crisis económica.

La gestión de las incertidumbres, o de la caótica complejidad, es necesaria cuando nos enfrentamos a sistemas naturales, como la meteorología, la ecología, la física de partículas, la dinámica de poblaciones, la sociología o la psicología social. Estos sistemas son los que son, y no tenemos ninguna posibilidad ni de control ni de conocimiento objetivo y absoluto. No podemos reducirlos a modelos sencillos y a leyes generales, como hace la geometría euclidiana o la física de Newton. Un dibujo, por ejemplo, podemos descomponerlo en vectores, lo que nos da la posibilidad de ampliarlo cuanto queramos. Pero en una fotografía, que refleja la complejidad de la naturaleza, debemos conformarnos con interpolaciones que “inventan” porciones de realidad de acuerdo con la probabilidad de que esa parte de la realidad fuera así cuendo se tomó la imagen.

El estudio de la economía como un sistema complejo y caótico parte de la base de la economía liberal. Es decir, que todas las decisiones del proceso se producen de una forma libre y, por lo tanto, los resultados son aleatorios. Pero incluso en este entorno, la coherencia del modelo es errónea, o, mejor dicho, está basada en la mentira. En meteorología o en cualquiera de los sistemas naturales de los que hemos hablado, las pequeñas o grandes causas que modifican el resultado final son incontrolables e impredecibles “a priori”. Podemos conocer el efecto de cada causa, pero no podemos prever las causas. Por eso tenemos que hacer modelos en previsión de las causas más probables. En cambio, en la economía, las causas tienen una “autoría”. Por lo tanto, hay quien sí puede preverlas: el autor. La manipulación de la opinión pública (de sus expectativas), o la distorsión de alguna de las variables: oferta, demanda, tipos de interés, deuda, liquidez, inflación, limpuestos... hacen que aquellos que pueden controlar más causas tienen más posibilidad de obtener los efectos que desean. Y en la economía liberal, el que tiene más dinero es el que tiene la posibilidad de controlar más causas.

Los premios Nobel de este año tratan de determinar por este sistema (de las expectativas racionales) las consecuencias de las decisiones políticas. Pero, en el modelo liberal, la trascendencia de las decisiones políticas es mínima. En realidad, ni siquiera existen, ya que los políticos que toman esas decisiones han vendido su alma a quien ha financiado sus campañas, reciben la presión de los lobbies, etc. De esta manera, los Estados que gobiernan son una empresa más, sometida al caos de los mercados, y no a la voluntad popular.

Pero la economía es una realidad artificial, es un sistema creado por personas para facilitar los intercambios. Si de verdad “se” quisiera que la economía pudiera tener una gestión de acuerdo con las necesidades de las personas, lo que habría es que hacer una economía más simple y controlable, con modelos sencillos en función de esas necesidades. Una economía más planificada y menos caótica, menos aleatoria, más política. Y no caigamos en la trampa de la falta de libertad, ya que, en la economía liberal, la libertad no es de las personas, sino del capital. El grado de capacidad para tomar decisiones libres y trascendentes es proporcional a la cantidad de dinero de que se disponga. Y puede que si hablamos de derecho podríamos nacer todos iguales. Pero si hablamos de economía, no: heredamos, somos del norte o del sur, tenemos o no acceso a recursos, etc.

Por el contrario, en la gestión de la convivencia y de la organización social de las personas, en la política, “se” opta por la simplificación y por la aplicación de leyes generales. La capacidad de decisión democrática se limita a una consulta cada cuatro años y “se” reduce la complejidad de la sociedad a la realidad más simple de un Parlamento. Sabemos que, gracias a nuestra capacidad de comunicación, en el ámbito en el que existe esa capacidad la sociedad es una red y, por lo tanto, es una realidad caótica. ¿No sería más justo y conveniente que los premiados hubiesen dedicado su talento a la gestión de la deliberación y del consenso democrático para la toma de decisiones políticas, entre ellas las económicas? Si hay conocimientos y tecnología para gestionar el caos de la economía liberal también lo habrá para gestionar la justicia y la democracia en una sociedad formada por personas iguales y libres.

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