Indignación líquida. Sobre las declaraciones de Zygmunt Bauman y el 15M

Que el movimiento que nació el 15M es un síntoma más que una cura, ya lo sabíamos. Pero el conocimiento del síntoma es necesario para el diagnóstico y, por lo tanto, para el tratamiento. El problema es que, hasta ahora, la sociedad se había limitado a atender las prescripciones del poder económico y tomar unos analgésicos y antipiréticos que, como saben los médicos, si se recetan antes de saber qué pasa, enmascaran los síntomas e impiden los diagnósticos. De ahí la sociedad hedonista y consumista, adormilada...

Tengo un gran respeto por Zygmunt Bauman y estoy básicamente de acuerdo con sus declaraciones a Vicente Verdú, que se han publicado en El País. Creo, eso sí, que al estar planteada la entrevista en estilo indirecto, no podemos conocer y contextualizar correctamente los mensajes, y tenemos que conformarnos con el contexto que nos describe el autor.

La entrevista ha causado un gran revuelo en algunos ámbitos, que la han considerado un “tremendo ataque al 15M-15O”, como dice Arturo González en su blog de Público.es, o que han criticado el supuesto “temor” de Bauman al carácter líquido con que califica a las sociedades, como el blog de John Brown.

Creo más bien que Bauman participa con estas opiniones en esa fase de diagnóstico y que, por lo tanto, no tiene ánimo de criticar al movimiento 15M, sino simplemente analizarlo y describirlo. Podemos deducirlo de frases como “no me pida que sea profeta”, o “nos hallamos en una fase especialmente interesante, como en un laboratorio de acción social nuevo”.

El sociólogo polaco describe al movimiento como “emocional” y, efectivamente, lo es como expresión de la “indignación”, como revelación de un síntoma. En cualquier teoría de la acción social se habla de la “acción racional”, ya sea con arreglo a fines (en la política, en la economía...) o con arreglo a valores (en las ideologías, en las religiones...). En la teoría de Weber, los otros tipos de acción social serían, bien tradicionales (relacionadas con las costumbres), o bien afectivas (irracionales, emocionales). No hay duda de que la acción emocional del 15M no se convertirá en acción racional hasta que no exprese de una forma clara fines o valores. Hasta que no se convierta en ideología y en política.

El problema es que la política “realmente existente”, tanto la que está fundada en la ideológica como la que reniega de ella, ha fracasado. Y las consecuencias de ese fracaso sobre las sociedades han motivado una desconfianza, un odio, hacia la política misma. Merece la pena recordar la referencia de Lucio Magri al poema de Brecht “El sastre de Ulm”: “¡que repiquen las campanas! / Era pura falsedad / Como el hombre no es un ave/ –Dijo el obispo a la gente– / ¡Nunca el hombre volará!”. El hecho de que el sastre de Ulm fracasara en su intento de volar no significa, como sostiene el obispo, que nunca el hombre vaya a volar. Y que la política haya fracasado no debe significar que no sea posible.

La importancia del movimiento 15M radica en el paso de la despreocupación a la preocupación; de la desidia a la indignación; del individualismo aislado al individualismo en masa. El 15M es un movimiento espontáneo en el que la convocatoria consciente se limita a señalar un momento y un lugar y a invitar a quienes comparten un sentimiento (una emoción). Gramsci definía lo espontáneo como lo “no debido a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente” sino lo “formado a través de la experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestramente se llama instinto y no es sino una adquisición histórica también él, solo que primitiva y elemental” (“Espontaneidad y dirección consciente”. Gramsci, 1931). Para el pensador italiano, esta acción sería más tradicional que afectiva aunque, en todo caso, irracional.

En el mismo artículo, Gramsci se pregunta si puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos espontáneos de las masas. Y responde que no: “descuidar –y aún más, despreciar– los movimientos llamados espontáneos, o sea, renunciar a darles una dirección consciente y elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves”. Se refiere a que los movimientos de este tipo suelen coincidir con “un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes”. La referencia que a todos nos puede venir a la cabeza es la subida al poder del partido nazi en Alemania (que ocurrió unos meses después de que Gramsci escribiera este artículo).

De acuerdo con el diagnóstico social del propio Bauman (sociedades líquidas), o de otros como Lipovestky (sociedades hipermodernas), e incluso de neo-marxistas como Laclau y Mouffe (y su “decostrucción” de la noción de clase social y la rearticulación hegemónica), el movimiento 15M es un reflejo de la sociedad informe, caótica, de difícil previsión (líquida), paradógica (hipermoderna) y escenario de diversas luchas de clases (ecológicas, anti-belicistas, anti-institucionales, anti-capitalistas...).

La acción social irracional
La renuncia a la acción racional con arreglo a valores (a la ideología) tiene su origen, por una parte, en el desencanto de la generación del Mayo del 68 y en el fracaso del “socialismo realmente existente” y, por la otra, en la globalización económica amparada en el “final de las ideologías” (o en el “final de la historia” en referencia a Fukuyama). El mensaje fue algo así como “no tienes de qué preocuparte porque tienes el bienestar garantizado”.

Marx consideraba la fuerza de trabajo como una mercancía. Es el fundamento de la “cosificación” con la que Georg Lukács definía a la sociedad moderna. Según señala en “El fenómeno de la cosificación”, “el desarrollo de la forma mercancía hasta convertirse en verdadera forma dominante no se ha producido hasta el capitalismo moderno” (“La cosificación y la consciencia del proletariado”, Lukács, 1922). Pero el modelo ha evolucionado con esa capacidad de resistencia y adaptación que lo caracteriza hacia el liberalismo salvaje o neoliberalismo para convertir a los trabajadores, además de “cosas de trabajar”, en “cosas de consumir”. Y lo ha hecho a través de “instintos” (aunque no le guste a Gramsci) primarios, a través de emociones: la libertad y la satisfacción inmediata del deseo. Hay una clase (o un grupo de clases que ya no podemos decir que sea exclusivamente el proletariado) frente a otra que se aprovecha tanto de los beneficios de la producción como de los del consumo y de la especulación. Tanto del trabajo como de los estados de ánimo (que nos llevan a desear, a comprar o a confiar en una determinada marca o producto y, por lo tanto, a elevar su valor).

Y la renuncia social a la acción racional con arreglo a fines (a la política) tiene que ver con ese estado de adormecimiento y de confianza en la satisfacción de los deseos de bienestar por parte del sistema. Basta con ir cada cuatro años a votar y ni siquiera necesitamos que nos presenten un programa.

La acción racional de la “clase política”

No está mal recuperar aquí el concepto de Gaetano Mosca “clase política” porque en eso se han convertido las personas que han decidido dedicarse profesionalmente a la representación legítima de los ciudadanos. Tienen una conciencia de compartir intereses y, por lo tanto, actúan como una clase social que, por encima de sus diferencias, cierra filas ante cualquier expresión de desconfianza en el sistema que sostienen.

Los políticos se han acostumbrado a actuar con arreglo a fines. Primero ganarse un puesto en las listas, luego ganar las elecciones, más tarde, gobernar y, finalmente, tener un cómodo retiro o un puesto directivo o de asesor en una gran compañía o fundación. Quieran o no, se han de enfrentar a necesidades como la de financiar sus campañas o la de gobernar Estados sometidos a la barbarie de los mercados. Y ahí pierden lo poco que podía quedar en ellos de voluntad de acción con arreglo a valores. Así, alimentan también la cosificación. Somos también “cosas de votar”. Y lo peor es que, ante los mercados, ellos son solo, también, “cosas de gobernar”.

La acción racional de los mercados

La libertad no deja de ser una acción irracional. A pesar de ello, la minoría que controla los mercados trata de presentarla como ideología: el liberalismo, y, por lo tanto, como una acción con arreglo a valores. La libertad es, en la naturaleza, el pez grande que se come al pequeño y, en Norteamérica, poder llevar un arma en el bolsillo. En el mercado, la libertad es la que permite que el que tiene domine al que no tiene. La convivencia, y, por lo tanto, la política, es gestionar renuncias a la libertad.

El liberalismo es barbarie, que ha encontrado un caldo de cultivo ideal en el caos de las sociedades líquidas, o hipermodernas, o de hegemonías rearticuladas. En las sociedades irracionales, ya sea tradicionales o emocionales.

Pero no debemos olvidar que, al contrario que las sociedades, los mercados tienen estrategia, es decir, son capaces de actuar racionalmente con arreglo a fines: perpetuar su poder, ganar cada vez más.

No creo, como dije al principio, que Bauman hiciera sus declaraciones con ánimo crítico hacia la sociedad. Porque la sociedad es como es y él lo que trata de hacer es observar y describir. En cambio, si creo que existe el peligro que anunciaba Gramsci en 1931 y que la indignación puede alimentar la reacción.

El problema no es la política, sino los políticos. Y es necesario que alguien (una persona o una red de personas), desde el conocimiento, desde la racionalidad con arreglo a fines y a valores, devuelva la confianza perdida en la posibilidad de hacer una sociedad más justa y equitativa. Para ello, tienen que resucitar las ideologías y tienen que nacer otros políticos.

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