La diferencia entre banqueros y trileros es el tamaño del negocio
Sí, ya se que analizar palabras aisladas no sirve y que es el discurso lo que nos hace únicos, pero desde hace algún tiempo siento una reacción patológica a la palabra “riesgo”, como una alergia psíquica, un desasosiego, rabia, dolor.
Riesgo es la palabra. El endeble cimiento en el que ha querido asentarse el edificio cuya destrucción es la ruina en la que vivimos, como Sísifo, en una eterna condena: la de volver a levantar paredes sobre la misma ciénaga.
La historia del mercado tal y como hoy lo entendemos es independiente del contexto de la lucha de clases, cuando la desaparición del régimen feudal y las necesidades de la Revolución Industrial crearon los entornos urbanos de industriales explotadores y proletarios explotados. Quienes hoy tratan de poner en evidencia los anacronismo del marxismo se amparan en la transformación de este contexto gracias al marco jurídico supuestamente garantizado por las democracias. Hoy, ni los industriales pueden hacer lo que les da la gana, ni los obreros viven en una situación de absoluto desamparo, dicen.
Pero el verdadero origen de las actuales injusticias y desigualdades no está tanto en esta relación, que fue válida en el siglo XIX, como en la que identifica al capital con el mercado y a los trabajadores, profesionales, autónomos y empresarios (sobre todo pequeños) no dedicados a la especulación, como los sometidos, los explotados por las reglas de ese mercado. Las víctimas de los momentos como el actual en los que el gigante con pies de barro se desmorona y amenaza con volver a levantarse.
El mercado que hoy conocemos es el resultado de la protección mutua de los especuladores. Se trata de algo que surgió en la época feudal, en plena Edad Media, con el desarrollo del comercio marítimo. Los comerciantes eran personas sin responsabilidad en la producción capaces de multiplicar el valor de las cosas con solo moverlas. El empresario que surgió más tarde con la Revolución Industrial tenía que explotar a los obreros para obtener valor, tenía que quedarse con la mayor parte posible del rendimiento de su trabajo.
El comercio en los mares Báltico y Mediterráneo durante la Edad Media es el origen de la especulación. Las personas dedicadas al tráfico de mercancías se dieron cuenta de que, pese a no depender de aspectos tangibles como la extracción o transformación de las materias primas, el éxito de su actividad dependía de algo intangible y, en principio, imponderable: el riesgo. Ya fuera el riesgo de naufragar, de ser atacados por piratas o de sufrir los abusos de los señores feudales.
Ante esta situación surgen las alianzas entre comerciantes o ligas, de las que la más célebre fue la Liga Hanseática. Los comerciantes idearon la forma de compartir el riesgo.
Si bien en el origen se trataba de una práctica ingeniosa para reducir los peligros de la actividad, lo cierto es que estaba naciendo el imperio de los improductivos, de los especuladores. Aquel que tuviera dinero para comprar riesgos se libraba de la necesidad de trabajar o de producir, e incluso de comerciar con bienes tangibles.
De hecho, los primeros bancos del mundo nacieron en el Mediterráneo y en el Norte de Europa: el de Venecia en 1157, los de Barcelona y Valencia en los primeros años del siglo XV, el de San Jorge en 1407 en Génova, el de Amsterdam en 1609, el de Hamburgo en 1621, el de Rotterdam, el de Estocolmo...
Desde entonces, el interés del capital asociado al mercado fue el de la supervivencia del riesgo como objeto de negocio y el afán por asumir el menor riesgo posible. Y la especulación se convirtió en la gestión de los riesgos ajenos, un juego de apuestas en el que la banca tiene siempre las de ganar. Para hacer posible el sueño solo era necesario controlar el poder.
Desde el principio, los especuladores se dieron cuenta de la necesidad de controlar a los poderes públicos. Sobre todo cuando la sociedad reclamó una evolución hacia el imperio de la ley. Bajo cualquier punto de vista, la actividad de los mercados financieros sería considerada un delito de no ser por ese control. Un trile a gran escala, en el que el banco gana porque siempre sabe dónde está la bolita.
Una muestra del grado de perfección de este sistema “legalizado” pero injusto es nuestro modelo hipotecario. Dos entidades (un banco y una persona) llegan a un acuerdo para la gestión de un riesgo. El banco obliga a tasar una propiedad (normalmente por agencias tasadoras afines) y, en función de esa tasación, concede un préstamo. Al hacerlo, compra también el riesgo que ello conlleva. La persona que hace la hipoteca tiene que pagar una cantidad mucho mayor de la que recibe en concepto del retraso en la devolución y de una parte del riesgo contenido en la operación. Pero, además, el banco se reserva la posibilidad de quedarse con la propiedad. Los riesgos son el impago o la pérdida de valor del inmueble. En la lógica injusta de la especulación, todo va bien. El banco gana dinero porque se arriesga. El riesgo es el objeto de su negocio.
Pero los especuladores han llegado a un grado tal de control sobre la legalidad que han logrado eliminar incluso ese riesgo. En el caso de pérdida de valor del inmueble, el hipotecado no solo pierde su casa, sino que está obligado a pagar la deuda en las condiciones iniciales e independientemente del valor actual.
El capital del mercado de la especulación ha logrado comerciar con riesgos pero sin asumirlos. Es más. En el caso de una situación de recesión o estancamiento económico tiene la fuerza suficiente como para exigir a la sociedad los fondos que necesita para seguir obteniendo beneficios. Porque si quiere perpetuar el modelo, la sociedad necesita de los bancos para cumplir su condena de Sísifo, la de volver a construirse sobre el endeble cimiento del riesgo y aún con la seguridad de que volverá a caer.
En un artículo publicado en 2009, el filósofo esloveno Slavoj Zizek evoca a la periodista canadiense Naomi Klein y a su “doctrina del Shock” para echar un jarro de agua fría sobre los que piensan que una crisis como la actual servirá para acabar con el modelo liberal. Zizek se pregunta: “¿y si la crisis actual también se usa como un shock que cree las condiciones ideológicas para una terapia liberal más profunda?”. Todas las estupideces que ha dicho el ex-presidente Aznar y la FAES irían en este sentido. Como lo va también el hecho de que los partidos liberales se hayan hecho con la mayor parte de los Gobiernos de Europa. Según Zizek, los “fundamentalistas del mercado” responsabilizan del fracaso “a las concesiones de quienes concretaron sus visiones (todavía hay demasiada intervención del estado, etc.) y exigen una instrumentación aun más drástica de la doctrina de mercado”.
En el texto, el filósofo esloveno cita una consecuencia del actual modelo que resulta todavía más paradógica y absurda que la de las hipotecas:
“A fines de 2008, investigadores de Cambridge y Yale que analizaban las tendencias en la epidemia de tuberculosis en las últimas décadas en Europa del Este dieron a conocer su resultado: tras analizar datos de más de 20 países, establecieron una clara correlación entre los préstamos del FMI a esos países y el aumento de los casos de tuberculosis. Cuando los préstamos se interrumpieron, la epidemia de tuberculosis volvió a reducirse. La explicación es simple: la condición para el otorgamiento de los créditos es que el estado imponga una "disciplina financiera" (reducir el gasto público), y la primera víctima de esas medidas destinadas a establecer la "salud financiera" es la propia salud: el gasto en salud pública. Así queda abierto el camino para que los humanitarios occidentales deploren las catastróficas condiciones de los servicios médicos en esos países y ofrezcan asistencia caritativa”.
Y al leerlo no puedo evitar pensar en Grecia o en la forma en la que Hilary Clinton animó la pasada semana al Gobierno de España a continuar la senda de la “disciplina financiera”. En su delirio, el mercado no solo nos dejará sin casas, sino también sin salud, sin paro, sin prestaciones sociales...
En sus lúcidos análisis, Zizek y otros, como Badiou, defienden la vigencia del comunismo (o de la hipótesis comunista en palabras del francés). Vuelve a ser una opción.
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