El comunismo debe "salir del armario"

El veterano comunista italiano Lucio Magri tuvo la oportuna ocurrencia de resucitar la parábola en verso de Bertold Bretch “El sastre de Ulm” para construir un argumento político que invite a la izquierda europea a despojarse de los complejos que la constriñen y la anulan desde las últimas décadas del siglo pasado. Se trata de una canción bella y sencilla, en la que un sastre dice a un obispo que puede volar con una especie de alas. Para demostrarlo, se sube a lo alto de la catedral y se lanza al vacío. Al instante, “yace destrozado” sobre la plaza. La conclusión que el clérigo traslada al pueblo es que: ¡nunca el hombre volará!.
Un mensaje que, en el caso de la izquierda europea, a fuerza de repetirse, acabó con cualquier ilusión por corregir errores, discutir y seguir intentándolo, aún con la posibilidad de que ese intento nos lleve a un nuevo fracaso.

Para Rosa Luxemburgo, esa derrota sería “una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional”. “Fui, soy y seré”, fueron las últimas palabras que escribió. Pero, lejos de convertirse en orgullo, el fracaso del único “socialismo realmente probado” ha sido causa de humillación y desaliento y hasta de vergüenza en los casos en los que, como en España o Alemania, los partidos comunistas más representativos optaron por renunciar a identificarse y recurrieron a fórmulas como “Los Verdes” o “Izquierda Unida”. En otros lugares, como en Italia, se convirtieron en un acto suicida a una socialdemocracia cuyo nombre no era más que una justificación para no admitir su capitulación al liberalismo, en un intento desesperado por sobrevivir dentro de un sistema que, como el obispo, repetía: ¡nunca el hombre volará!.

Y el siglo, que había terminado bajo el influjo de las políticas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, consolidado por personajes como los Bush y Tony Blair, dio paso a otro en el que emergieron Berlusconi y Sarkozy. Según Alain Badiou, no se trata de un episodio más de la alternancia, sino una muestra de que los europeos ya no juegan a esa pantomima del bipartidismo de ideología única.

Una de las razones del desarrollo del comunismo en el siglo XX fue la oposición al fascismo. La existencia de una amenaza real unió a las personas que aspiraban a vivir en un mundo donde las personas fueran primero iguales y luego libres. Hoy parecemos no darnos cuenta de que nos enfrentamos a una amenaza similar, la democracia liberal, en la que el sueño de una “libertad condicional” nos hace renunciar, desde el individualismo, a la aspiración de la igualdad e incluso a participar en la toma de decisiones a través de la deliberación (Habermas).

De hecho, en la actualidad, las decisiones realmente trascendentes son tomadas en instancias que no reflejan la soberanía popular, como la banca, los mercados financieros, las agencias de calificación de riesgos, el Fondo Monetario Internacional, el Foro Económico Mundial, la Organización Mundial del Comercio, los medios de comunicación de masas... Y las consecuencias de esas decisiones son las desigualdades que provocan situaciones como la que actualmente sufre Somalia, la necesidad de emigrar, el paro, la viabilidad de los sistemas públicos de salud o de pensiones...

No podemos ya vivir la ilusión de que si votamos a un Gobierno que se denomine progresista podrá desarrollar políticas sociales. Entre otras razones porque no estará en su mano hacerlo. Para la izquierda Europea, la elección de Zapatero en España en aquel contexto en el que emergían Berlusconi y Sarcozy fue una puerta a la esperanza. Y ya vemos cómo ha resultado.

Por utilizar una expresión popular, ha llegado el momento de que las personas que compartimos un ideal comunista, de igualdad de las personas en una democracia participativa, salgamos del armario, sin complejos y sin lastres, pero sí con la inteligencia de las lecciones aprendidas.

En la actualidad, varios grandes pensadores europeos coinciden en la idea de recuperar las aspiraciones comunistas: la “hipótesis comunista”, para Alain Badiou; o la “cuestión comunista”, para Lucio Magri o, simplemente, el comunismo para Slavoj Zizek.

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