El fracaso de los socialdemócratas no es el fracaso de la izquierda sino parte del fracaso del sistema

El diario El País publicaba hace unos días un análisis titulado “Europa borra del mapa a los socialistas” sobre el castigo de los votantes a los partidos socialdemócratas en la gran mayoría de los Estados europeos. Las tendencias conservadoras en general y, de una forma particular, liberales, se han hecho con los gobiernos, todos ellos resultado de la aplicación de la lógica del sistema imperante de democracia liberal.

Muchas de las interpretaciones responsabilizan de esta situación a la crisis económica. Sin embargo, la lógica diría que no han de ser los partidos liberales quienes se tengan que beneficiar del fracaso del sistema económico liberal. Pero, en esta lógica, tan inmersos en el sistema liberal están los socialdemócratas como los liberales. Y, claro, si las elecciones se convierten en un concurso de “a ver quien es más liberal”, los liberales ganan.

Yo no creo que la extensión de los gobiernos liberales tenga que ver con los ciclos económicos ni con la alternancia política. No creo que, como estábamos acostumbrados hasta ahora, solamente haya que esperar un par de legislaturas para que la tendencia se invierta. La dictadura liberal está aquí para quedarse y, con ella, las desigualdades sociales, la especulación y la corrupción, que son los vicios del sistema tolerados gracias a la desidia que forma parte de la propia identidad del modelo liberal. No hay más que ver lo que pasa en Valencia.

Una de las principales características de la democracia liberal es la renuncia a la participación de la ciudadanía. El pacto, es “yo, que formo parte de una clase media y que vivo el espejismo del bienestar, te voto (o me callo y otorgo) cada cuatro años y me dejáis en paz”.

Uno de los primeros síntomas de esta situación que amenaza con consolidarse en Europa lo encontramos, como casi siempre, en Francia. En concreto, en la victoria de Nicolas Sarkozy en 2007.

A principios de 2008, la revista “New Left Review” publicó, bajo el título de “La hipótesis comunista” un extracto de la obra en la que el filósofo francés Alain Badiou analizaba la victoria de Sarkozy (el texto está en inglés, pero a la derecha de la página hay un enlace a una traducción al español). Badiou sostiene que el motivo subyacente de esta victoria es “el del partido único”, y añade que “puesto que todos aceptan la lógica del orden capitalista existente, la economía de mercado y todo lo demás, ¿para qué mantener la ficción de una contraposición entre los partidos?”.

El presidente de la República Francesa se erigió como salvaguarda de unos valores que, según dijo, se habían empezado a perder en Mayo del 68. Según Badiou, “de entrada, podría parecer que hay algo extraño en la insistencia del nuevo presidente en que la solución de la crisis moral del país, el objetivo de su proceso de 'renovación', era terminar de una vez con el Mayo del 68”. Para este filósofo está claro que lo que teme Sarkozy (o lo que es lo mismo, lo que temen los liberales) es “el espectro del comunismo” en “una de sus últimas manifestaciones verdaderas”.

Pero, como veremos más adelante, cuando ponga en relación el Mayo del 68 con el Movimiento 15M, la utópica sublevación de los estudiantes en Francia fue también el embrión de un individualismo (postmoderno) que desde entonces ha jugado a favor de esa apatía egoísta que alimenta la legitimación del modelo liberal.

Badiou defiende la vigencia de lo que él llama “hipótesis comunista” y, aunque muestra su admiración y la necesidad de estudiar a Marx, identifica esta “hipótesis” en la Historia con el surgimiento del Estado: “tan pronto como la acción de masas se opone a la acción coercitiva del Estado en nombre de una justicia igualitaria, comienzan a aparecer los rudimentos o fragmentos de la hipótesis”. Por eso propone que, en este “interludio reaccionario” debe producirse un proceso de renovación práctica de la hipótesis “mediante la combinación de procesos de pensamiento –siempre de carácter global o universal– y la experiencia política, siempre local y singular, pero transmisible”.

Sin duda, aunque mi posición personal identifica necesariamente el comunismo con Marx y Lenin, ese proceso de renovación más abierto es el que actualmente pretende iniciar en España la denominada izquierda alternativa.

La razón que me llevó a escribir esta reflexión fue la coincidencia de una frase del artículo de Badiou: “en muchos aspectos hoy estamos más cerca de las cuestiones del siglo XIX que de la historia revolucionaria del XX”, con otra de Gianni Vattimo: “un comunismo soviético en el sentido originario de la palabra parece hoy más posible de cuanto lo fuera a principio del siglo XX”.

Esta segunda sentencia se encuentra en el artículo que Vattimo publicó en enero de 2007 en La Stampa titulado “El comunismo postmoderno” (se puede consultar la traducción al español en la revista “A Parte Rei”, nº 50. Marzo 2007). El controvertido filósofo y político italiano culpa del fracaso del socialismo en la URSS al “asedio en el que desde el principio las potencias capitalistas encerraron al Estado soviético” y a la necesidad de seguir el camino de una industrialización forzada “para llevar a la Rusia feudal de principios del siglo XX hasta el punto de competir con Estados Unidos en la carrera especial en los años 50”.

Vattimo también sostiene que el socialismo “ha muerto por suicidio” al haberse reducido en los sistemas socialdemócratas industriales a un capitalismo de Estado.

Con respecto al momento actual, Vattimo cita a Antonio Negri y a su confianza en las nuevas tecnologías “en la afirmación de lo que él llama lo 'común', esto es, lo que no es privado pero que tampoco es público en el sentido tradicional, es decir, estatal”. Para Vattimo “quizá, todavía, la revolución se puede pensar en términos menos autoritarios, más irónicos y anárquicos” e “incluso quizá menos relacionados con los ideales “políticos” de la modernidad”.

Este aspecto apoyado en las nuevas tecnologías, irónico (creativo), más anárquico y alejado de los ideales representados por “la política” es una de las diferencias principales entre el actual Movimiento 15M y lo que fue el Mayo del 68. Entonces, los universitarios estaban más preocupados con aspectos como la libertad de expresión y, en general, con las libertades individuales, con la liberación y la realización personal.

Pero la “postmodernización” del comunismo, tal y como propone Vattimo, introduce unos riesgos que ya se vislumbran en el Movimiento 15M. En las plazas confluyen personas indignadas con el sistema capitalista (y, por lo tanto, con ideales políticos anti-capitalistas) y personas indignadas con la crisis del sistema capitalista (los que durante el periodo en el que el liberalismo alimenta la burbuja del bienestar forman parte de esa sociedad apática y complaciente, que es esencial en la propia identidad del liberalismo y que, lo que es peor, es carne de cañón para el surgimiento de tendencias fascistas como las que están en el entorno de Intereconomía o del partido que resucita a la “unión, grandeza y libertad”: Unión, Progreso y Democracia).

El Movimiento 15M reconoce explícitamente lo que el Mayo del 68 no se atrevió a reconocer: su carácter individualista, que corre el riesgo de devenir en egoísta, y su alejamiento de la política con el pretexto de algo tan etéreo y paradójico como es la indignación.

El filósofo que mejor ha explicado el hedonismo en la sociedad de consumo, la necesidad de la satisfacción inmediata del deseo (curiosamente en Mayo del 68 se gritaba “tout, tout de suite!”), tal vez sea Gilles Lipovetsky. En un artículo de este autor en la revista “Pouvoirs” de 1986 titulado “Cambiar la vida. La irrupción del individualismo transpolítico” podemos aprender valiosas lecciones para evitar que el 15M herede las peores consecuencias del Mayo del 68.

En definitiva, creo que el pensamiento comunista no solo está vigente, sino que es más necesario que nunca como verdadero paradigma del anti-capitalismo (y en España, al no haber cerrado en firme el engaño llamado Transición, también  del anti-fascismo) para dar sentido a los movimientos de vanguardia protagonizados por estudiantes o trabajadores, el 15M incluido.

Y, a partir de ahí, habría que abrir el proceso de movilización y desorden (no se puede hacer una tortilla sin romper huevos) y de aprovechamiento de las redes, para poner fin al modelo de democracia liberal que limita la participación a la emisión de un voto cada cuatro años y que elimina la deliberación y el consenso hasta el punto de que hasta importantísimas decisiones judiciales se adoptan por mayoría y no por la imposición razonada de la razón. Pero de eso, de participación y deliberación, escribiré otro día, que esto ya ha quedado demasiado largo.

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