Hiroshima. La bomba no cayó del cielo

Todos los años, durante el mes de agosto, nos recuerdan que un día seis de ese mes, en el año 1945, una bomba nuclear acabó con cerca de la mitad de la población civil de la ciudad japonesa de Hiroshima y condenó a decenas de miles de supervivientes y a sus hijos a sufrir horribles consecuencias. A los pocos días, el 9 de agosto, Nagasaki sufrió un atentado idéntico.

Solamente el hecho de que la bomba la hubieran lanzado los vencedores explica la indolencia con la que la Historia afronta este acontecimiento.

Últimamente me castiga un insomnio que yo trato de curar torturándome con dosis de arrullo televisivo. Fue así como la pasada madrugada vi un documental de Canal Historia en el que un historiador llamado Martin Morgan recurría a la magia de Hollywood para reproducir el vuelo del Enola Gay a través de los cielos nipones, el lanzamiento de la bomba y su posterior explosión, a cámara lenta. La composición de los efectos especiales no le fue fácil, y cada vez que lograba un buen resultado, el equipo entero se felicitaba y lanzaba los típicos gritos con los que la iconografía norteamericana refleja la alegría: wow!, wau!, y cosas así.

¿Habrían olvidado que se estaban refiriendo a un instante en el que unas 140.000 personas dejaron de respirar para siempre alcanzadas por un viento que les abrasó a algunos el cuerpo y a otros los pulmones?

No creo que nadie haya olvidado la transcendencia de aquel momento. De hecho, la reseña con la que el canal recomienda este documental dice que ese día “la Historia cambió”, y se refiere a él como “estremecedor acontecimiento”.

En el siglo XX ha habido al menos dos “acontecimientos estremecedores” en los que toda una población inocente sufrió la aniquilación (lo que define un genocidio) y en ambos casos su única culpa fue la de pertenecer a un grupo étnico (racismo) o político (xenofobia). Los judíos que murieron en el holocausto nazi murieron por ser judíos, y los japoneses que murieron en los ataques nucleares murieron por ser japoneses. Las cuestiones raciales y políticas suelen ser pretextos para extender la enemistad a las multitudes. Para hacer pagar a los pueblos por las rencillas de los poderosos.

Ninguno de los productores de documentales sobre el holocausto nazi evita referirse a aquel “acontecimiento” como lo que fue, un crimen horrendo contra la humanidad. En cambio, cuando se refieren a las bombas atómicas, se ven afectados por un súbito ataque de visión objetiva que les impide hacer calificaciones que apunten a una culpabilidad. El crimen horrendo pasa a ser un “acontecimiento estremecedor”.

Pero la prueba más clara de este doble rasero es que se habla de aquel día en Hiroshima como el “día en que cayó la bomba”. Sin evitar el dramatismo de las imágenes, el tratamiento que recibe aquel crimen es el de una catástrofe natural, el de un suceso inevitable.

El día 6 de agosto de 1945 no cayó una bomba atómica sobre Hiroshima, sino que una bomba atómica fue arrojada sobre esa ciudad. Matar a esa población civil era el objetivo de una acción humana y, por lo tanto, existe una responsabilidad humana sobre las consecuencias. No fue un castigo de Dios sino eléxito de una operación militar. Hiroshima fue un éxito para los promotores del ataque.

Desde el punto de vista de la legalidad, no creo que se puedan presentar alegaciones contra la persecución de objetivos civiles (protegidos por la Convención de Ginebra de 1949 aunque, por lo que se ve, sin efectos retroactivos). En cualquier caso, es un hecho que, desde entonces, Estados Unidos ha mantenido una supremacía sostenida, entre otros aspectos, en el miedo a la bomba. Pero en el miedo a la bomba de los otros: los rusos, los coreanos del norte, los iraníes... Cuando la única verdad es que el 100 por ciento de las bombas arrojadas sobre poblaciones humanas fueron norteamericanas. Unas bombas humanizadas hasta el punto de que se llamaban “Niñito” (Little Boy) y “Gordo” (Fat Man).

Desde luego, no hay ninguna duda de que la Historia la escriben los vencedores. Y esa forma de escribirla no es borrada por los cambios ni por el paso del tiempo. De hecho, las víctimas del bando perdedor de la Guerra Civil española siguen escondidas bajo la tierra en las cunetas y en los extramuros de los cementerios mientras se mantienen erguidos los monumentos que fueron levantados para honrar la memoria de los vencedores.

Durante el documental al que me he referido, se muestra un campo de béisbol a pocos metros del lugar donde estalló la bomba. Desde lo alto de las gradas se pueden ver las ruinas de la Cúpula Genbaku. El historiador entrevista a uno de los supervivientes, un hombre muy anciano que ha dedicado su vida a pronunciar conferencia a favor de la paz. Al terminar, el autor del reportaje le regala una gorra de un equipo americano de este icónico deporte y le dice que es una muestra de amistad. ¡Tócate los huevos!

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