Vergüenza de clase o la renuncia al futuro

El marxismo o, si queremos, el materialismo dialéctico o, antes la dialéctica de Hegel, no hizo sino explicar el modo en el que las sociedades avanzan en la historia. Ir hacia adelante es el resultado de una confrontación o, etimológicamente, de una conversación. Hay una situación instaurada y muchas veces mayoritariamente aceptada, que se trata de conservar, y hay una propuesta nueva que trata de sustutuir a la anterior. El resultado más probable de esa confrontación es el avance. Sólo gracias a esta realidad histórica fue posible que el mundo aceptara el hecho de que es la tierra la que da vueltas en torno al sol, y no al revés.
Hoy vivimos una situación en la que hablar de confrontación te equipara con un terrorista, o con un promotor de la guerra. La convivencia entendida como ausencia de confrontación es una demostración más del triunfo universal de las ideas conservadoras.

El otro día fue muy difundida en la red una entrada del blog de Jordi Sevilla, uno de los integrantes del grupo “Nueva Vía” del PSOE (que fue la gran esperanza del socialismo español) titulada “No a la confrontación social como método”. Sevilla llega a decir que “la democracia son los grises, las medias tintas, los puntos de equilibrio y de acuerdo (...)”. La frase no puede ser más contradictoria (y desafortunada, al decir que “la democracia son los grises” a los que vivieron la represión de la policía armada franquista). ¿Equilibrio entre qué, o entre quiénes?, ¿acuerdo entre qué, o entre quienes?. Ambos conceptos, equilibrio y acuerdo, implican necesariamente una confrontación. Equilibrio implica que la suma de dos fuerzas tiene un resultado de cero y acuerdo es el resultado de un juicio o una negociación entre dos o más partes.

Para progresar es necesaria la confrontación y la no confrontación implica el estancamiento, la renuncia al futuro. El miedo a que se perturbe la convivencia es hoy el verdadero opio del pueblo.

En el desarrollo social del materialismo dialéctico, a los sindicatos les debe corresponder el papel de vanguardia. Al menos, esa es la idea que figura en el ideario fundamental de los llamados sindicatos de clase, como UGT y CC OO. Los sindicatos y, en su caso, los partidos socialistas o comunistas, tienen que asumir esa responsabilidad en el progreso de los pueblos. Hasta en Estados Unidos, que presume de ser el azote del comunismo mundial, los mayores avances en los derechos de los trabajadores se registraron durante el “New Deal” y las famosas y duras huelgas del 34. Fue una de las consecuencias del “crack del 29”.

Esta mañana, como todos los años, he ido a la calle a conmemorar el Primero de Mayo. Y, de nuevo, he vuelto a casa con la sensación de burla y de traición a unas ideas de unión e internacionalismo. Esa “torre de babel” en la que los sindicatos han convertido este día aparecía este año todavía más ruinosa, todavía más estancada, todavía más inacabada. Muchas manifestaciones y pocos manifestantes. A los sindicatos deberíamos también exigirles la responsabilidad en el cumplimiento de sus objetivos. Y, para el Primero de Mayo, el objetivo es una manifestación y muchos manifestantes. El resto es un fracaso sindical.

Las crónicas de las manifestaciones de Galicia parecían más bien una parrafada hilarante de un cómico de los que hacen monólogos: “En la manifestación de UGT y CC OO de Vigo había 20.000 personas, según los organizadores, y 2.000 según la policía” o, “más de un centenar de personas acudieron a la manifestación de UGT y CC OO en Santiago”. De coña.
UGT y CC OO reciben anualmente más de 32.000 millones de pesetas del Estado. En España hay más de 4.000 liberados sindicales, y las centrales mantienen una gigantesca empresa burocrática y otras actividades, como negocios de formación (y en su día también inmobiliarios). Y ese esquema capitalista afecta también al resto de sindicatos, como la CIG, que recibe casi 300.000 euros solo en subvenciones, con la excepción de la CNT, en cuya web encontramos la lista de asignaciones publicada en el BOE.

Los sindicatos están bien como están. Necesitan “conservar” en funcionamiento la monstruosa maquinaria en la que se han convertido. Y esa necesidad de conservar afecta a su propia identidad, esa en la que tendrían actuar como vanguardia para favorecer el progreso.

Las manifestaciones de esta mañana han sido muy civilizadas, ejemplo de convivencia, como no podía ser de otra manera. La clase trabajadora no acudió, pero la clase sindical, sí.

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