Libertad o barbarie
El determinismo, o el fatalismo, caracteriza a aquellas interpretaciones del mundo en la que las personas no son las dueñas de su destino. La idea de que la historia nos lleva inevitablemente al socialismo, o la de que nos aleja inevitable de él, y la oposición a este determinismo histórico constituyó una de las principales discusiones de las diferentes adaptaciones de las ideas marxistas. Rosa Luxemburgo elaboró una de las principales críticas a este determinismo, a partir de su célebre frase “socialismo o barbarie”. Tenemos la capacidad de elegir, de construir el futuro.
Hace unas semanas, leía en un periódico un editorial sobre las agencias de calificación de riesgos. Hasta ahora, poco habíamos oído hablar de Moody's, Standard & Poor's y Fitch y, sin embargo, recientemente hemos descubierto que el precio del pan depende del humor con el que se levanten sus ejecutivos. En el artículo se reflexionaba sobre el hecho de que estas agencias, de carácter privado, están al margen del escrutinio público. Y, abiertamente, el texto ponía en duda la calidad de sus calificaciones al recordar que fueron ellas mismas los que otorgaron la máxima calificación (la famosa doble A) a las hipotecas subprime y las situaron al mismo nivel de seguridad que los bonos del tesoro de Estados Unidos. Sólo tres años después, esas hipotecas, y algunas deudas públicas como la de Grecia, han sido rebajadas por ellas mismas al nivel de “bonos basura”. No sé mucho de finanzas, pero sí soy capaz de entender que la calificación de un riesgo lleva implícita una predicción. Y, a la vista de los resultados, no parece que las predicciones de estas agencias hayan sido muy acertadas. ¿Por qué, entonces, conservan ese enorme poder?.
Además, el mercado no solo responde a esas calificaciones tan dudosas, sino incluso a los rumores sobre cómo podrían ser en un futuro cercano, como hemos visto esta semana pasada en la bolsa española.
Dios es aquel que controla las agencias de calificación y los rumores, el que infla la burbuja y luego, cuando se pone a salvo, la hace explotar. Porque, de lo que no cabe duda, es de que la economía especulativa funciona como una religión: hace creer a todos los que dependemos de la economía real que nos ha sido concedido graciosamente el libre albedrío, que somos libres; al mismo tiempo, gestiona unos intangibles, unos valores inmateriales, sobre los que la única posibilidad de reconocimiento de existencia está en la fe. Y con estas premisas, como también hace la religión, la economía especulativa utiliza la comunicación en su beneficio para prometernos el cielo o amenazarnos con el infierno. Para retraer el consumo o para alentarlo, para levantar los mercados o para tumbarlos, para aumentar la tasa de paro o para reducirla, para enriquecer o arruinar países.
Cualquier investigación comienza a buscar a quién beneficia el perjuicio para, con toda probabilidad, encontrar el culpable. Sabiendo el enorme poder de agentes privados y de rumores, para encontrar a los causantes de los vaivenes económicos, a los que juegan a los Sims con nosotros, bastaría con localizar las grandes concentraciones de capital especulativo o, lo que es lo mismo, del dinero que no huele a sudor, que no es fruto del esfuerzo y de la necesidad, sino del juego de apuestas y de lo superfluo.
Vuelvo al principio. El socialismo dogmático dio como resultado un régimen determinista, representado por Stalin. El concepto de masa, en el sentido en el que lo usaron los socialistas dogmáticos, fue posteriormente asumido por el capitalismo. Creo que un personaje esencial en este tránsito fue Paul Lazarsfeld. De formación marxista, este sociólogo fue el que introdujo en la economía de mercado la investigación empírica al considerar el consumo, como el voto, una decisión. Su pensamiento, y el de otros, es el que nos ha convertido en masa estadística moldeable por la influencia. La capacidad de los influyentes de modificar las decisiones en función de sus intereses es lo que nos ha convertido en “avatares” del juego de la economía virtual.
Rosa Luxemburgo, al explicar la estrategia de huelga de masas, dijo que “la misión de la socialdemocracia y de sus jefes no consiste en ser arrastrados por los acontecimientos, sino en adelantarse a ellos conscientemente, en abarcar con la mirada el sentido de la evolución y en abreviar esta evolución por una acción consciente, y acelerar su marcha”.
Sin duda, la socialdemocracia ha perdido su sentido al haberse sumergido en el determinismo impuesto por la economía especulativa. Por eso reivindicar la “acción consciente”, la libertad, es hoy más pertinente que nunca. Porque, como hemos visto, la otra opción es esta barbarie que nos domina.
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