"El orden reina en Madrid"

'¡El orden reina en Varsovia!', '¡el orden reina en París!', '¡el orden reina en Berlín!', esto es lo que proclaman los guardianes del 'orden' cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial”.

Este 'orden' es el resultado de la sumisión o de la “resapiencia”. Lo he buscado en la RAE y “resapiencia” no existe, ni “resabiduría”. Sí, en cambio, resabiar o rasabiado. A eso me refiero, a la desidia de los que están de vuelta, a la inacción de los que no tienen esperanza; a la actitud de los que creen que en el discurrir de la existencia no deben girar nunca la cabeza y mirar hacia atrás en busca de las verdades que el tiempo ha querido convertir en quimeras. La “resapiencia” es vanidosa por cuanto quienes la profesan ven en la acción de los demás una ingenuidad o malas intenciones. Ven a los demás del tamaño de hormigas desde la azotea de la experiencia. No parecen entender que la experiencia es como el culo. Todos tenemos uno. Los resabiados son condescendientes y cenizos. Han renunciado a avanzar e intentan justificarse tratando de que los demás tampoco avancen.

El “orden” reina en Madrid, corrección y silencio. Pero el “orden” es sólo un espejo en el que los relojes marchan al revés.

La primera frase de este texto fue extraída del artículo que Rosa Luxemburgo escribió la noche antes de ser asesinada. Una noche de derrota para la revuelta sofocada en las calles de Berlín.

Eso es: para los activos, para los ingenuos, para los que no están resabiados, el “orden” es el resultado de una derrota. Y, en los años siguientes, quietud en blanco y negro y ley de vagos y maleantes, mientras se celebra la sucesión de los “años de la victoria” de quienes alimentan su poder de esa quietud en blanco y negro, de la sumisión o de la “resapiencia”.

La historia es, en buena medida, así. Periodos de estancamiento, con pequeños pasos atrás y, de repente, un paso efímero, pero de gigante: ya fuera en las calles de París en 1789, o en el puente Edmund Pettus del 65, o en el entierro de Atocha del 77.  O en las huelgas de los años 30 en Estados Unidos, cuando el temblor de las chisteras de Wall Street del 29 se tradujo en paro y miseria para los trabajadores.

En todos los casos, tras la euforia inicial, los “movilizados” cosecharon rotundas y sonoras derrotas: la decepción de los sans culottes y el ajusticiamiento de Robespierre; el domingo sangriento; la desaparición efectiva del otrora fuerte PCE y el macarthismo. Son los cuatro ejemplos que me han venido más rápidamente a la cabeza, pero la historia está llena de situaciones así, en la que la derrota de unos pocos implica, con el paso del tiempo, un gran paso hacia adelante. En los cuatro ejemplos: los derechos humanos y el sufragio universal, el fin de la discriminación racial, el triste pero orgulloso regreso de una sociedad silenciada durante 40 años o la conquista de los derechos sociales básicos por parte de los trabajadores.

Hace algo más de un año reventó la codicia de los banqueros y sus grandes cajas de caudales dejaron de rebosar. Y los banqueros pidieron ayuda a las personas para que, con sus impuestos, las volvieran a llenar. Dijeron que para que el sistema funcione, estos depósitos de billetes tienen que estar llenos. Como sucediera en el 29, las consecuencias de aquel reventón han sido el paro y la miseria para miles de trabajadores. Hoy, el Congreso de los Diputados ha decidido que, para resolver la situación, tienen que volver a sacrificarse las personas. Los bancos siguen declarando beneficios. ¿No sería lógico que ahora se pudiera recurrir a las rebosantes cajas de caudales de los bancos saneadas con dinero público? La sociedad dispone de herramientas suficientes para lograrlo: desde un impuesto sobre los beneficios, al modo de la Tasa Tobin, hasta las nacionalizaciones de la banca. No debemos además olvidar que el dinero con el que los bancos especulan es nuestro dinero mientras las leyes no hagan una distinción clara y una prohibición expresa. Seguramente, una de las causas principales de la actual crisis haya sido la derogación, en 1999, de la Ley Glass-Steagall en Estados Unidos que, precisamente, separaba la banca de depósitos de la banca de inversiones.

Pero, el orden reina en Madrid. Ha llegado un momento en el que es preciso actuar, ya seamos sumisos, resabiados o nostálgicos. Los sindicatos deben reaparecer, y deben reaparecer los pecemeles, los troskos, los anarkos, los punks y hasta los penenes. Otra derrota es necesaria.

"¡El orden reina en Berlín!", ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya 'se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto' y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:
¡Fui, soy y seré!

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