República


A veces pienso qué hubiera sucedido si el golpe de estado del 36 hubiese fracasado. Si la lógica de la legalidad y la democracia se hubiesen mantenido vigente y si las dificultades políticas de aquel momento se hubiesen solucionado en el Parlamento y en los tribunales en lugar de en los campos de batalla. En España no hubo una guerra, sino un enorme acto criminal en el que la fuerza de los delincuentes impuso una nueva legalidad a tiros. La fuerza se impuso sobre la razón. Existía la ley y los mecanismos legales y existía un pacto entre los ciudadanos para organizar la sociedad. Ésto, desde luego, no es una garantía de éxito. La principal virtud del sistema debe ser, precisamente, que asume las posibilidades de error y ofrece los mecanismos para subsanarlo: inmediatamente, en los tribunales, o cada cuatro años, en las urnas.
La fuerza de las armas, por lo de pronto, eliminó esta posibilidad de subsanar los errores, lo cual es ya un gigantesco error.
De haberse mantenido la legalidad, los sediciosos hubiesen sido juzgados y en los libros de Historia Franco sería como Tejero: un delincuente. No habría llegado a la categoría de genocida atroz con la que le juzgan todos los libros de historia del mundo menos los españoles. Sería solo un delincuente juzgado y condenado por un sistema que juzga y condena a los delincuentes. Sin embargo, tuvo el apoyo de buena parte del Ejército, esa minoría a la que la sociedad entrega las armas y le hace jurar que solamente las usarán para defender la Ley. Y sobre este acto violento, ilegal, ilegítimo, irresponsable y de traición, sostenido en detonaciones de pólvora se construyó un futuro violento, ilegal, ilegítimo, irresponsable, traidor y mantenido con detonaciones de pólvora.
Por eso creo que ya está bien. No nos sigamos engañando. El concepto de guerra tiende a igualar a los contendientes y tradicionalmente se ha considerado como una fórmula bárbara para dirimir diferencias entre las personas. Lo que hubo en España no fue una guerra sino un golpe de Estado o un acto de delincuencia. Guerra (o cruzada) fue cómo le llamaron los vencedores. Ha pasado tiempo suficiente como para que empecemos a llamar a las cosas por su nombre. Desde un punto de vista legal, Franco tuvo en su momento la misma legitimidad que hoy tienen Santi Potros o Makario. Seguro que si ellos hubiesen logrado imponer una nueva legalidad en Euskadi a golpe de metralleta, los libro de historia vascos también hablarían de guerra (o de cruzada).
Aquel 19 de julio del 36 se paró el reloj de la historia y 74 años después nadie lo ha vuelto a poner a funcionar. Más bien se optó por reparar el reloj que en su día impusieron los sediciosos, himno y bandera incluidos. Hoy, el jefe de Estado en España es el que Franco nombró. Algo que no hemos podido juzgar como un error ni ante los tribunales ni en las urnas. Hoy continúa vigente la impunidad que él impuso. Y así se ve desde la distancia, según hemos podido comprobar en los últimos días en la prensa internacional, que ya emitió su juicio sobre un país que perdona al fascismo y quiere castigar a quienes reclaman justicia. Claro que ellos forman parte de esa conjura judeo-masónica que los herederos siguen viendo en cada esquina...
Eso es lo que somos. Y lo que seguiremos siendo si no tiramos de una vez a la basura toda esa maquinaria viciada y espuria con la que Franco y sus secuaces han querido marcar los tiempos de nuestra existencia. Que la Transición es un fracaso lo demuestra el hecho de que no está siendo transitoria.
La segunda razón por la que el 14 de abril es la fecha más importante del año es porque es el día en que se constituyó la II República, un sistema legal, legítimo y justo mientras la legalidad, la legitimidad y la justicia no demuestren lo contrario. Y no las armas.
VIVA LA REPÚBLICA

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