¿Quién tiene realmente la sartén por el mango?


Voy al médico. Siempre he valorado su esfuerzo por expresarse de una manera coloquial, pero que no es suficiente para ocultar del todo un cierto aire de superioridad, como alguien que cree tener la sartén por el mango. –¿Cómo se encuentra?, me pregunta. Le respondo que bien, que la tos ya se ha ablandado y que ha desaparecido por completo la sensación de haber recibido golpes en todas las articulaciones. – Bien, pues parece que ya nos hemos curado esa gripe. Lo dice satisfecho, recalcando el “nos”, pero para dejar bien claro que ha sido él quien me ha curado.

El doctor permanece sentado. Coge un bolígrafo y se dispone a escribir. – ¿Dónde trabaja usted?.

No entiendo a qué viene esa pregunta. Estará preocupado por la posibilidad de que pueda contagiar a mis compañeros de trabajo, o tal vez realiza una investigación sobre la incidencia de la gripe en los ámbitos profesionales. Respondo que soy empleado de unos grandes almacenes, pero no puedo aguantar la curiosidad, por lo que le muestro mi interés en saber el motivo de su preocupación por mi trabajo.

No, en realidad no me importa donde trabaja usted. Al menos no me importa desde un punto de vista médico. Pero quiero saber a dónde debo enviar la factura.

¿Cómo que la factura?, acaso no le he pagado ya sus servicios a este señor. ¿Qué tiene que ver la empresa para la que trabajo con mi relación de paciente con el médico? Me asusto un poco.

Estará usted de acuerdo conmigo –me dice– en que la empresa para la que trabaja se va a beneficiar de la salud que acabo de proporcionarle. Digamos que yo me ocupo del “customer care”, cumplo con los trámites burocráticos de los servicios de salud, le pongo a usted como nuevo... Vamos, que lo hago todo. Y ellos, a beneficiarse de disponer de empleados sanos. Comprenderá que todo esto va a cambiar.

A estas alturas estoy ya completamente acojonado, pero aún así le pregunto la relación entre su actividad de médico, y la actividad de la tienda en la que trabajo. Apelo a mi condición de ciudadano y a mi derecho a recibir salud como un servicio esencial. Un derecho que me pertenece a mi, y como a mi, a todo el mundo.

Bueno –responde sereno, en contraste con mi creciente nerviosismo– estoy seguro de que acabaremos llegando a acuerdos con las empresas para intervenir también en sus actividades, en justa compensación a la dependencia que tienen de nosotros....

Una llamada a la puerta me sorprende con la boca abierta. Entra un hombre con una chaqueta azul en la que puedo distinguir el símbolo de la empresa concesionaria de la autopista que he utilizado para llegar hasta aquí. Entrega una nota al doctor y espera.

– ¿Qué es esto? –ahora, el médico si que parece un poco alterado.

Este..., pues es la cantidad que le corresponde pagar en la medida en que sus clientes utilizan nuestra autopista para llegar. Este... cuando usted se instaló aquí, lo hizo porque era un lugar  comunicado, donde podía poner su negocio. Este... nosotros hacemos el “billing” (creo que se refiere al peaje), la investigación sobre materiales la hacemos nosotros, la instalación la hacemos nosotros..., esteeee, y usted pone el fonendo.

Quiero despertar antes de que me siga mareando con esta espiral kafkiana. Me quito de la cabeza los pensamientos sobre los derechos fundamentales y sobre el hecho de que son las personas las beneficiarias de esos derechos, que son individuales aunque de alcance general, independientemente de lo que implique la prestación del servicio necesario para garantizarlo. Tampoco quiero pensar el desastre que ha supuesto la concentración en las mismas manos de medios y contenidos y el peligro al que se enfrentan nuestros derechos fundamentales si permitimos que eso vuelva a repetirse ahora.

No quiero pensar en eso, pero no tengo otro remedio cuando escucho estas declaraciones de César Alierta, presidente ejecutivo de Telefónica:



La persona que colgó el vídeo en la red dejó abierta la posibilidad de que cualquiera pudiera  “adornarlo” con etiquetas. Una buena demostración de que únicamente este nuevo poder plurarquico (individual pero de alcance general) tiene potestad sobre los contenidos. Tenemos la sartén por el mango.
Gracias a todos los que aportaron su crítica con sentido del humor y gracias a Alberto Quian por haberme enseñado este enlace.

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