Genoinsultos o insultos de destrucción masiva: todos a tomar por el culo

¿Hiere el lenguaje? Pese a que creo en el poder de la comunicación (verbal y no verbal), siempre había pensado que estamos más preparados para defendernos de las ofensas que de las agresiones. Lo pensaba, al menos, hasta que hace algún tiempo empezamos a hacer algunas campañas contra la violencia de género y comprendí la delgada línea que separa el insulto de la agresión.
Hay casos en los que la agresión verbal y física están inevitablemente unidas y no hay que hacer la más mínima reflexión para condenarlas.
Sin embargo, creo que el uso del lenguaje como arma de ofensa y de defensa, sí merece, en otros casos, una reflexión. Hemos aprendido que el contexto forma parte de los significados, y que una misma palabra, o una misma expresión, adquieren significados muy diversos dependiendo que quién la dice, dónde lo hace y por qué. Muchas veces, basta con analizar el “quién” para entender esos matices.
El otro día, en Televisión Española, un personaje que participó en un concurso de canciones para Eurovisión reaccionó con gestos e insultos a los abucheos del público. El “cómeme la polla” de John Cobra no pasa de ser el exabrupto de alguien al que hicieron creer que es un rapero con proyección y a quien acompaña una leyenda hamposa y carcelaria. Su intervención fue extemporánea, sobre todo por la presencia en el mismo plató de una Anne Igartiburu que le decía “cariño” y le acariciaba la calva. Pero el resultado fue una escena que hasta tuvo su punto, entre punk y surrealista. Por otro lado, no ha sido ni lo más escandaloso ni lo más avergonzante que hemos visto en la televisión en los últimos tiempos. Ni mucho que menos. Pero el caso es que este neonazi de barriada fue objeto de una pregunta en el Senado. A alguien se le ocurrió preguntar por qué un neonazi de barriada se expresa como un neonazi de barriada.
Pocos días antes, alguien que conserva el trato de presidente del Gobierno de España, José María Aznar, se dirigió a quienes le abucheaban con un elocuente “id todos a tomar por el culo”, usando una inequívoca expresión no verbal y, esta vez sí, en el sentido insultante de la expresión. Y a nadie se le ocurrió preguntar en el Senado por qué un presidente del Gobierno se expresa como un neonazi de barriada.
Hace algunos años viajé de Norte a Sur por Argentina con mi familia. Hicimos todas las reservas a través de una agencia de viajes de Comodoro Rivadavia, conocida por un primo mío que, como yo, se apellida Gallego. Todas las reservas aparecían a nombre de “Gallego por tres” (nosotros y nuestro hijo). Y participamos alegres y tolerantes en todos los chascarrillos, risas “por lo bajini” e ironías que adornaron todas nuestras llegadas a los hoteles. Aparecer como “Gallego” en Argentina es una cosa, pero aparecer como “Gallego por tres”...
Rosa Díez, un personaje con aspiraciones políticas, está empeñada en dotar de sentido algo que podríamos llamar “genoinsulto” o, ya que he citado a Aznar, “insulto de destrucción masiva”. Para calificar a Zapatero no se le ocurrió otra cosa que llamarle “gallego, en el sentido más peyorativo del término”. De nada sirvieron los intentos posteriores de quitar hierro a la expresión y recurrir al tópico de la indecisión, ya que fue ella misma la que recalcó su sentido “peyorativo”. Nada de chascarrillo, ni risas por lo “bajini” ni ironías. Tolerancia cero. Va por ellos:

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