¿Por qué nadie dice claramente que el mundo en el que vivimos es inviable y que ni siquiera es el mundo real?
Hace unos días se presentó en Madrid el anuario del Worldwarch Institute “El Estado del Mundo 2010”. Una primera lectura de los capítulos dedicados a la economía nos deja ver rápidamente que no estamos ante una visión radical ni anti-sistema. Al contrario, el Worldwatch se empeña en buscar alternativas sin renunciar al consumo, con propuestas como el “mundo de abundancia” que augura el diseño “de cuna a cuna” de William McDonough y Michael Braungart.
Pero, independientemente de las soluciones, este observatorio mundial presenta datos como el que asegura que si todos los habitantes de la tierra consumieran lo mismo que los españoles, haría falta la producción de tres planetas como el nuestro.
La presentación de estos datos coincide en el tiempo con las tenaces informaciones según las cuales sólo mediante una reactivación del consumo podremos salir de esta crisis económica. Es decir, que salir de la crisis implica consumir más.
No hace falta hacer una gran deducción para entender que nuestro mundo es inviable. O, al menos, es inviable para la mayor parte de la humanidad. Hay que consumir más, pero no hay más para consumir.
Y no creo que el desarrollo sostenible sea la solución. Más bien los mensajes nos hace confundir las prioridades y ha llegado un momento en que el mensaje ecologista está siendo asumido por el sistema en un nuevo intento por perpetuarse. Después de las tropelías cometidas por el primer mundo para alcanzar su actual nivel de desarrollo, ¿cómo vamos a decir ahora a los países emergentes que tienen que obrar con otra mentalidad?.
La verdad es que no tengo una idea clara sobre cómo se debe afrontar esta contradicción. Soy consciente de la contundencia de los datos que presentan personas como Al Gore sobre las consecuencias de la acción humana sobre el Planeta. Pero me pregunto qué lleva a, precisamente, personas como Al Gore a difundir esas ideas en este momento.
Puede que la respuesta se encuentre en la vanidad que caracteriza al sistema. El otro día leí la transcripción de una entrevista con Noam Chomsky en el canal de televisión Democracy Now. Lo que hablaba no tenía que ver con ésto. El lingüista del MIT, considerado por el New York Times como “el más importante intelectual vivo”, se refería a la crítica de la Administración de Obama a la postura del presidente Lula sobre Irán y a la pregunta generalizada de “¿por qué no sigue a la comunidad internacional?, ¿por qué no va con el mundo?. En los párrafos siguientes, Chomsky trata de responder a ¿quién es la comunidad internacional?. La conclusión es que “la comunidad internacional es Washingnton y lo que ocurre de acuerdo con Washingnton en cada momento. El resto no forma parte del mundo. Son una especie de oposición”. (He traducido la entrevista y el que quiera puede leerla aquí. Siento los errores).
La inmensa mayoría del mundo está condenada al destierro, aunque no se mueva de su casa. Simplemente ha sido excluida. No forma parte del mundo. Chomsky se refería inicialmente a los conocidos en el pasado como No Alineados, pero llega a la conclusión de que incluso la mayor parte de la población de Estados Unidos forma parte de esta multitud de desterrados que no son el mundo.
Las reuniones como la Cumbre del Clima de Copenhague son un fracaso incluso antes de empezar, como lo fue el Protocolo de Kioto. Tratan de discutir sobre las soluciones para un mundo que no es el mundo real. El mundo de verdad es aquel que están obviando, y así no hay solución posible.
Cualquier discusión sobre ecología o sobre desarrollo sostenible o incluso sobre el consumo inteligente “cuna a cuna” es estéril si antes no se reconoce al mundo que se pretende arreglar, con sus contradicciones y, sobre todo, con sus desigualdades. La justicia social, los derechos de las personas, la igualdad de oportunidades, la convergencia de las economías, son pasos previos e imprescindible para cualquier arreglo. El movimiento medioambientalista seguramente dirá “es que no hay tiempo”. Pues habrá que espabilar.
Pero, independientemente de las soluciones, este observatorio mundial presenta datos como el que asegura que si todos los habitantes de la tierra consumieran lo mismo que los españoles, haría falta la producción de tres planetas como el nuestro.
La presentación de estos datos coincide en el tiempo con las tenaces informaciones según las cuales sólo mediante una reactivación del consumo podremos salir de esta crisis económica. Es decir, que salir de la crisis implica consumir más.
No hace falta hacer una gran deducción para entender que nuestro mundo es inviable. O, al menos, es inviable para la mayor parte de la humanidad. Hay que consumir más, pero no hay más para consumir.
Y no creo que el desarrollo sostenible sea la solución. Más bien los mensajes nos hace confundir las prioridades y ha llegado un momento en que el mensaje ecologista está siendo asumido por el sistema en un nuevo intento por perpetuarse. Después de las tropelías cometidas por el primer mundo para alcanzar su actual nivel de desarrollo, ¿cómo vamos a decir ahora a los países emergentes que tienen que obrar con otra mentalidad?.
La verdad es que no tengo una idea clara sobre cómo se debe afrontar esta contradicción. Soy consciente de la contundencia de los datos que presentan personas como Al Gore sobre las consecuencias de la acción humana sobre el Planeta. Pero me pregunto qué lleva a, precisamente, personas como Al Gore a difundir esas ideas en este momento.
Puede que la respuesta se encuentre en la vanidad que caracteriza al sistema. El otro día leí la transcripción de una entrevista con Noam Chomsky en el canal de televisión Democracy Now. Lo que hablaba no tenía que ver con ésto. El lingüista del MIT, considerado por el New York Times como “el más importante intelectual vivo”, se refería a la crítica de la Administración de Obama a la postura del presidente Lula sobre Irán y a la pregunta generalizada de “¿por qué no sigue a la comunidad internacional?, ¿por qué no va con el mundo?. En los párrafos siguientes, Chomsky trata de responder a ¿quién es la comunidad internacional?. La conclusión es que “la comunidad internacional es Washingnton y lo que ocurre de acuerdo con Washingnton en cada momento. El resto no forma parte del mundo. Son una especie de oposición”. (He traducido la entrevista y el que quiera puede leerla aquí. Siento los errores).
La inmensa mayoría del mundo está condenada al destierro, aunque no se mueva de su casa. Simplemente ha sido excluida. No forma parte del mundo. Chomsky se refería inicialmente a los conocidos en el pasado como No Alineados, pero llega a la conclusión de que incluso la mayor parte de la población de Estados Unidos forma parte de esta multitud de desterrados que no son el mundo.
Las reuniones como la Cumbre del Clima de Copenhague son un fracaso incluso antes de empezar, como lo fue el Protocolo de Kioto. Tratan de discutir sobre las soluciones para un mundo que no es el mundo real. El mundo de verdad es aquel que están obviando, y así no hay solución posible.
Cualquier discusión sobre ecología o sobre desarrollo sostenible o incluso sobre el consumo inteligente “cuna a cuna” es estéril si antes no se reconoce al mundo que se pretende arreglar, con sus contradicciones y, sobre todo, con sus desigualdades. La justicia social, los derechos de las personas, la igualdad de oportunidades, la convergencia de las economías, son pasos previos e imprescindible para cualquier arreglo. El movimiento medioambientalista seguramente dirá “es que no hay tiempo”. Pues habrá que espabilar.
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