La "ley del embudo" o como evitar "pasar por el aro"
Los sistemas democráticos se empeñan en presentar la simplificación como un objetivo del buen gobierno. Pero el resultado en un proceso de simplificación llevado al extremo es la tiranía. Aún cuando esté refrendada por una mayoría. Leo hoy en El Público un reportaje titulado “PSOE y PP, sintonía de Estado para protegerse” sobre el modo en que estas dos formaciones utilizan las imperfecciones del sistema para perpetuarse.
La frase que hemos aprendido en el colegio es que la democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos. Seguramente sea verdad. Pero el camino deseable sería el de “perfeccionar” las imperfecciones, y no valernos de ellas para crear un modelo cada vez más imperfecto o convertirlas en el meollo del sistema.
Y eso es lo que está pasando en las democracias occidentales. La participación de los ciudadanos se ha “simplificado” a un día de cada cuatro años y la representación se ha “simplificado” a dos opciones. Y siempre, tras estas simplificaciones, han estado las imperfecciones de la consulta, sobre todo técnicas y metodológicas. En la Unión Europea se ha llamado estas imperfecciones “carencia democrática” y al intento por solucionarlas “buena gobernanza”.
La democracia tal y como la conocemos parte de la base de que no se pueden consultar todas las decisiones en cada momento a los ciudadanos. Y a la eficiencia se le llama simplificación. Ambos, la “buena gobernanza” y la simplificación forman parte de los principios del Tratado de la Unión Europea. Toda una paradoja.
El tercer gran concepto en el debate sobre los sistemas de participación de los ciudadanos es el de la libertad de expresión y el papel de los medios de comunicación.
En el reportaje de El Público al que me refería se cita una frase de Gaspar Llamazares, que habla de la “ley del embudo” por lo fácil que resulta obtener representación a los partidos grandes y lo difícil que es para los pequeños.
En realidad, el sistema sí tiene forma de embudo. El pretexto de las limitaciones técnicas provoca que haya una parte estrecha, el resultado de la simplificación, en la que se concentra el poder (y los medios de comunicación convencionales), y otra ancha en la que estamos todos los demás. Cualquier flujo de decisión o de comunicación ha de pasar por esa parte estrecha para ser efectiva. Un desfiladero, como saben los estrategas militares, es el mejor lugar para que unos pocos puedan vencer a una multitud. El bipartidismo, o las vacaciones cuatrienales de la democracia, o las televisiones, o los periódicos, actúan como ese desfiladero en el que el capital y la mentira de la especulación han tomado posiciones.
Las limitaciones técnicas y metodológicas para mantener esta situación son cada vez menores. Ahora es más fácil que la iniciativa de un individuo que vive en la parte ancha del embudo pueda llegar a todos los demás sin necesidad de pasar por la parte estrecha. El sistema de poder por delegación de la democracia convencional pierde sentido. Cada vez necesitaremos que la organización disponga más de funcionarios, o personas que actúen como herramientas, que de personas investidas de poder o de capacidad de mando. Será más complejo, pero para eso están las tecnologías.
Quien más se resiste a esta realidad son, precisamente, aquellos instalados en la parte estrecha y que quieren que la elección siga siendo entre dos y cada cuatro años. Aquellos que consiguen que la primera medida en una crisis económica provocada por la boca del embudo sea alimentarla todavía más. La política corre el riesgo de alentar un nueva burbuja, también especulativa y rellena de vacío. Un burbuja que irá alejándose de nosotros todavía más, hasta que reviente, lejos. Pero, si lo permite el cambio climático, nosotros seguiremos aquí y, probablemente, organizados.
La frase que hemos aprendido en el colegio es que la democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos. Seguramente sea verdad. Pero el camino deseable sería el de “perfeccionar” las imperfecciones, y no valernos de ellas para crear un modelo cada vez más imperfecto o convertirlas en el meollo del sistema.
Y eso es lo que está pasando en las democracias occidentales. La participación de los ciudadanos se ha “simplificado” a un día de cada cuatro años y la representación se ha “simplificado” a dos opciones. Y siempre, tras estas simplificaciones, han estado las imperfecciones de la consulta, sobre todo técnicas y metodológicas. En la Unión Europea se ha llamado estas imperfecciones “carencia democrática” y al intento por solucionarlas “buena gobernanza”.
La democracia tal y como la conocemos parte de la base de que no se pueden consultar todas las decisiones en cada momento a los ciudadanos. Y a la eficiencia se le llama simplificación. Ambos, la “buena gobernanza” y la simplificación forman parte de los principios del Tratado de la Unión Europea. Toda una paradoja.
El tercer gran concepto en el debate sobre los sistemas de participación de los ciudadanos es el de la libertad de expresión y el papel de los medios de comunicación.
En el reportaje de El Público al que me refería se cita una frase de Gaspar Llamazares, que habla de la “ley del embudo” por lo fácil que resulta obtener representación a los partidos grandes y lo difícil que es para los pequeños.
En realidad, el sistema sí tiene forma de embudo. El pretexto de las limitaciones técnicas provoca que haya una parte estrecha, el resultado de la simplificación, en la que se concentra el poder (y los medios de comunicación convencionales), y otra ancha en la que estamos todos los demás. Cualquier flujo de decisión o de comunicación ha de pasar por esa parte estrecha para ser efectiva. Un desfiladero, como saben los estrategas militares, es el mejor lugar para que unos pocos puedan vencer a una multitud. El bipartidismo, o las vacaciones cuatrienales de la democracia, o las televisiones, o los periódicos, actúan como ese desfiladero en el que el capital y la mentira de la especulación han tomado posiciones.
Las limitaciones técnicas y metodológicas para mantener esta situación son cada vez menores. Ahora es más fácil que la iniciativa de un individuo que vive en la parte ancha del embudo pueda llegar a todos los demás sin necesidad de pasar por la parte estrecha. El sistema de poder por delegación de la democracia convencional pierde sentido. Cada vez necesitaremos que la organización disponga más de funcionarios, o personas que actúen como herramientas, que de personas investidas de poder o de capacidad de mando. Será más complejo, pero para eso están las tecnologías.
Quien más se resiste a esta realidad son, precisamente, aquellos instalados en la parte estrecha y que quieren que la elección siga siendo entre dos y cada cuatro años. Aquellos que consiguen que la primera medida en una crisis económica provocada por la boca del embudo sea alimentarla todavía más. La política corre el riesgo de alentar un nueva burbuja, también especulativa y rellena de vacío. Un burbuja que irá alejándose de nosotros todavía más, hasta que reviente, lejos. Pero, si lo permite el cambio climático, nosotros seguiremos aquí y, probablemente, organizados.
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